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jueves, 3 de abril de 2008


Con dificultad hemos sido dueños de nuestras vidas,

pero además se nos exige que lo seamos de nuestra muerte.

Del costal de huesos pútrido y jabonoso que nos sucede al último respiro.


Cuando hablan de los “restos” se refieren a esa carne que sólo alimenta gusanos,

moscas, buitres y cóndores.

Por las cuales se debe pagar arriendo para que descansen en paz.


Junten toda esa pobredumbre,

los desechos cautivados en las víceras,

los gases, la cianótica piel.

Lo último que quiero es incomodarlos ahora,

cuando ni siquiera puedo verlos,

ni burlarme de ustedes.


Inyécteme alcohol, del peor, que no se les olvide que estoy muerto.

Gasten sus fuerzas para embriagarse ustedes,

para que soporten la vida ya que la muerte se aguanta por sí sola.


Quémenme, transformenme en polvo.

Mezclenme con toda esa mierda que inahalan y dedíquenme toda esa neura y paranoia.


No busquen un paraje tranquilo, no arrojen el polvo al mar:

Jalenme, den jugo, peleen, pelénme.


No seré, no lo sabré, no me importará,

pero ustedes sabrán que me están homenajeando.

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