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lunes, 23 de abril de 2007

Dentro de la mitología impuesta por las páginas rojas, alimentada por la soberbia de los psiquiatras, ha nacido el psicópata. Figura ideal para sustituir a las bestias paganas y así convertirse en el antagonista oficial de la ficción del siglo XX y en especial en el celuloide. Reencarna al demonio, y se transforma en el malo oficial de una edad atea y racionalista.

Un hombre (Siempre el psicópata es hombre) que sabe más de ti que ti mismo, que sobrevive disparos, caídas al vacío, quemaduras, persecuciones en vehículos a alta velocidad, etc.

El psicópata es frió, calculador, hiper inteligente, etc. Entre él y el policía que lo persigue se establece una relación homoerótica; un clásico corre que te pillo. Pero el psicópata siempre va un paso más adelante y el policía sólo logra ponerse a la par en la escena final.

Para los psiquiatras los psicópatas son el cajón de sastre en dónde guardan a todos aquellos que no pueden manipular con su amplia gama de recursos sugestivos, culturales y químicos. Son aquellos que, que como en el caso del policía cinematográfico, van tres pasos adelante del psiquiatra, conocen sus rutinas y nos les dejan rematar sus chistes.

La noción periodística de psicópata es bastante parecida aunque se explica más frugalmente: Es un sujeto que mata o abusa sexualmente en búsqueda de su satisfacción egoísta y que las normas sociales le importan poco o nada, y si les importan, no los motivan lo suficiente como para acatarlas.

Es justamente esta última característica la que utiliza la psiquiatría para justificar ante los “normales” que son enfermos aquellos que funcionan más allá de la psiquiatría, el cura párroco, el pastor, el profesor, el padre o la madre. Es que confían a tal punto en las normas sociales que piensan que sólo un enfermo podría intentar vivir su vida prescindiendo de esas normas.

De este modo, esta libertad individual absoluta de algunos, al ser poco frecuente estadísticamente, es patologizada. Y al ser patologizada no sólo debemos defendernos de los predadores sexuales y de los quienes practican el asesinato deportivo, sino que debemos estudiar las “causas” que llevaron a un sujeto a convertirse en individuo absoluto, para de este modo identificar esos “síntomas” en los sujetos que tenemos en la lupa para venderle consultas psiquiátricas y medicamentos.

Cuando ocurren tragedias siempre todos dicen que el sujeto en cuestión era tranquilo y parecía normal, pero se le toma más asunto al que dice lo que todos quieren escuchar: Que mataba gatos, que fue abusado física y sexualmente por sus parientes, que era drogadicto, etc.

Pero si todos los niños abusados abusaran, si todos los que matan gatos van a matar personas, y todos los consumidores de drogas son drogadictos, y los drogadictos violadores y asesinos, viviríamos en un mundo en que los homicidios seriales y las violaciones serían tan normales como las limosnas y los limosneros. Luego, los psiquiatras se dedicarían a encontrar enfermos, y por lo tanto vulnerables a sus tratamientos, a todos los que no maten o violen.

Reconozcámoslo, sabemos muy poco sobre el ser humano. Sabemos casi lo mismo que sabían los más cultos hace dos mil años. Y aquellas cosas que no comprendemos no dejan de existir por que salgamos a cazarlas con antorchas, los droguemos legalmente o porque los encerremos en modernas cárceles concesionadas.

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