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lunes, 3 de marzo de 2008

En un acto temerario el primer mandatario colombiano asesinó al número dos de las FARC. Lo tomó por sorpresa en su retaguardia, cargando desde el territorio ecuatoriano, sin molestarse en avisar a las autoridades locales o de dar explicaciones adecuadas: La legítima defensa no es un buen argumento cuando uno es quien ataca; a los EE.UU se le ha dispensado de hacerlo con Iraq y Afganistán (por sólo nombrar casos abiertos) ya que su poder es incontrarestable, pero Colombia muy tenga el ejército mejor surtido de la región no le alcanza para darse esos lujos. Requiere además de la diplomacia.

Es fácil caer en la tentación de decir que Colombia es el brazo ejecutor de una orden dictada en Washington destinada a producir una contra reforma en sud américa cercando a Venezuela y a Ecuador, pero el asunto no es tan sencillo, ya que un conflicto en la zona dejaría a los EE.UU sin el petróleo Venezolano y alimentarlo es orinar en contra del viento.

La acción militar de Uribe fue temeraria ya que no sólo violó la frontera de Ecuador sino que asesinó al interlocutor del gobierno francés en sus negociaciones para liberar a Ingrid Betancourt. Sus explicaciones no fueron adecuadas y si fuera poco culpó al gobierno ecuatoriano de tener una relación de “convivencia” con las FARC: Si nuestro vecino es aliado de fuerzas irregulares se transforma en nuestro enemigo; Uribe actuó, se justificó en la legítima defensa, y después acusó al vecino ofendido de ser cómplice, encubridor y si exageramos, la bandera detrás de los crímenes de las FARC es decir, dejó establecida una justificación para un conflicto bélico. La tesis de la diplomacia colombiana es la siguiente: Olvidémonos del ejército colombiano ingresando al territorio ecuatoriano sólo pensemos en todas las veces en que las FARC hacían lo inverso gracias a la logística – convivencia – con el gobierno ecuatoriano.

Chavez golpeó la mesa y le prometió un frente oriental dejando muy claro que o Uribe da explicaciones, más bien las excusas, o la prepotencia contra el pequeño estado puede transformarse en una pelea de perros grandes: Son mastines que hace bastante se muestran los dientes desde su lado de la cerca.

El desenlace de este conflicto será su agotamiento, las probabilidades de una guerra son escasas: Brasil y México no escatimaran sus bastos recursos diplomáticos y económicos para evitar un conflicto armado que sólo beneficiará a los comerciantes de armas.

Una guerra no es un riña y no comienzan ni se deciden por palabras, ni por ofensas ni por dispensas, sino que por objetivos mundanos (dinero-poder). Es posible que Colombia invada a Ecuador por su petroleo pero esos recursos no le pertenecen a sus eventuales contendores sino que a empresas primer mundistas quienes reclamarán lo suyo en manos de quién se encuentre; o las emprenda en contra de Venezuela para regalar mediante contratos ruinosos el oro negro ya nacionalizado pero, los gringos le temen más a los árboles que a la arena y si con los ingentes recursos del Plan Colombia no pudieron derrotar a las FARC ¿Cómo piensan hacerlo en contra de las fuerzas armadas regulares de dos de sus vecinos combinadas parapetadas en la selva? Además el lento y sangriento avance, de cualquiera de los bandos, no podría en ningún caso convertirse en una ocupación, no estamos en los tiempos de la guerra del salitre o del chaco, ningún Estado se va a tomar la molestia de anexar bélicamente territorios hostiles, hasta los EE.UU han debido construir una democracia de opereta en Iraq en vez de bordar otra estrella en su bandera.

Si comienza una guerra sólo será una guerrita para darle en el gusto a la platea o de lo contrario se trataría de un conflicto sui generis que terminaría ¿Cuándo? ¿Cuando muera Chavez o Uribe?

Cuando se dice que va a primar la razón no se quiere necesariamente decir que esa razón sea la que queramos. En este caso sí parecen coincidir lo lógico y lo querido ya que seguirá existiendo la paz armada de hoy pero sería exagerado aventurar que eso varíe sustancialmente. No me refiero a la presión internacional, a las marchas por la paz, a las flores, etc, que sí “sabrán qué hacer” sino a que las guerras no se producen por las palabras por más bellas o feas que sean.

Para la galería de la infamia quedarán nuevamente las palabras del canciller chileno, Alejandro Foxley, quien tomó partido de inmediato por la disparatada tesis colombiana y más encima en su versión más extrema. Esas son las consecuencias de tener a cargo de asuntos tan delicados a alguien que con suerte ve con regularidad el resumen de CNN en español. La costumbre generalizada de nombrar a los más incompetentes en los cargos gubernamentales conseguirá que pronto se hable de “chilenización” cada vez que en otros lugares se detecten situaciones parecidas.

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