Bastará un tenue fulgor para iluminar las tinieblas.
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jueves, 16 de julio de 2009
Sobre la Crisis de los Partidos Políticos.
1:35 p.m. | Publicadas por
azeta |
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Y en especial la del PC.
Parece inoportuno referirse a la crisis de los partidos desde el momento en que menos del uno por ciento de la población chilena milita en alguno, el padrón electoral se encuentra estancado, y los jóvenes ni acarreados se inscriben o votan. La crisis actual es dentro de los partidos, la pandemia de la fuga de militantes.
Algunos ingenuos en los noventa sostenían que el no votar haría sucumbir al sistema. Tales patrañas no sólo se han refutado en largos años de gobiernos ilegítimos democráticamente pero gobiernos al fin y al cabo, sino que existían precedentes contemporáneos como el caso de los EEUU.
En pleno siglo XXI la expansión y casi universalización de la democracia representativa, que no es sino una aristocracia encubierta que manipula a los votantes, al tiempo en que se han debilitado las doctrinas hegemónicas del siglo XX, ha redundado en parodias de comicios en que la mayoría de los ciudadanos se considera prescindible. Y eso no deja de ser cierto pues ni existen partidos que organicen a los ciudadanos para capitalizar electoralmente sus acciones u omisiones, ni existe una convicción de que algo pueda cambiarse mediante las urnas. Es más, la proliferación de la encuestología, hace de las elecciones un mero trámite de confirmación de resultados pre anunciados.
Individuos fragmentados se enfrentan como hormigas ante un elefante, sin que un partido represente sus intereses. El resultado es una concentración del poder en las cúpulas empresariales, eclesiásticas, gubernamentales, burocráticas, judiciales, parlamentarias y políticas. Lo que la mayoría no entiende, y esa es la razón de que el sistema funciona a sus anchas, es que menos participación en vez que debilitar al sistema lo hace más sólido pues concentra el poder en menos manos y con ello se puede ejercer una voluntad más coherente. Es lo que he llamado en otras oportunidades la toma de consciencia de la clase alta, un proceso que no es local sino global pero el caso chileno puede servir de ejemplo e incluso de holograma. Esta consolidación de la clase dominadora mundial contrasta con la fragmentación de los oprimidos, ambos procesos actúan como un tándem.
Los “sin partido” vagarán por el desierto tal cual los exiliados de las sociedades neolíticas, debiendo soportar la intemperie, el hambre y las bestias nada más que para seguir contándose entre los vivos. Acostumbrados a la comodidad burocrática, al apoltronamiento, se arrepentirán, se darán tres mil quinientas vueltas de carnero o perecerán. No existe posibilidad de crear más partidos, no sólo por la ley que regula el asunto, sino porque ellos son agencias de poder, de reparto de poder, y sin poder que repartir se transforman en una bandera clavada en el abismo.
Y es por eso que el PC, o lo que queda de él, ha debido optar por supervivencia o la muerte. Podría haber sido lo que quisieron los padres fundadores, una organización de oprimidos resueltos a terminar con la opresión, pero eso sería desconocer la historicidad del partido. Tal cual el PPD y RN, partidos instrumentales por excelencia, es decir carentes de cualquier doctrina que cohesione a su militancia, todos los partidos nacionales comenzaron su inexorable tránsito a la instrumentalidad, cuestión que ha alcanzado incluso a la UDI. El PC ha sobrevivido doctrinariamente gracias a la derecha que lo cuida celosamente atribuyéndole cada tropelía antisistémica, pero el PC hace mucho que a penas organiza la fiesta de los abrazos. La razón tras de esto es que la derecha, o más bien, los derechistas, son personas muy básicas intelectualmente, muy ingenuas, por lo que el discurso de guerra fría permanece intacto en sus cerebros. Ya fallecieron los anti anarquistas de principios de siglo por lo tanto los derechistas actuales son anti comunistas por lo que sino existiera el PC la dirigencia de derecha, que no tiene un pelo de ingenua, debería inventarlo.
Algunos ingenuos en los noventa sostenían que el no votar haría sucumbir al sistema. Tales patrañas no sólo se han refutado en largos años de gobiernos ilegítimos democráticamente pero gobiernos al fin y al cabo, sino que existían precedentes contemporáneos como el caso de los EEUU.
En pleno siglo XXI la expansión y casi universalización de la democracia representativa, que no es sino una aristocracia encubierta que manipula a los votantes, al tiempo en que se han debilitado las doctrinas hegemónicas del siglo XX, ha redundado en parodias de comicios en que la mayoría de los ciudadanos se considera prescindible. Y eso no deja de ser cierto pues ni existen partidos que organicen a los ciudadanos para capitalizar electoralmente sus acciones u omisiones, ni existe una convicción de que algo pueda cambiarse mediante las urnas. Es más, la proliferación de la encuestología, hace de las elecciones un mero trámite de confirmación de resultados pre anunciados.
Individuos fragmentados se enfrentan como hormigas ante un elefante, sin que un partido represente sus intereses. El resultado es una concentración del poder en las cúpulas empresariales, eclesiásticas, gubernamentales, burocráticas, judiciales, parlamentarias y políticas. Lo que la mayoría no entiende, y esa es la razón de que el sistema funciona a sus anchas, es que menos participación en vez que debilitar al sistema lo hace más sólido pues concentra el poder en menos manos y con ello se puede ejercer una voluntad más coherente. Es lo que he llamado en otras oportunidades la toma de consciencia de la clase alta, un proceso que no es local sino global pero el caso chileno puede servir de ejemplo e incluso de holograma. Esta consolidación de la clase dominadora mundial contrasta con la fragmentación de los oprimidos, ambos procesos actúan como un tándem.
Los “sin partido” vagarán por el desierto tal cual los exiliados de las sociedades neolíticas, debiendo soportar la intemperie, el hambre y las bestias nada más que para seguir contándose entre los vivos. Acostumbrados a la comodidad burocrática, al apoltronamiento, se arrepentirán, se darán tres mil quinientas vueltas de carnero o perecerán. No existe posibilidad de crear más partidos, no sólo por la ley que regula el asunto, sino porque ellos son agencias de poder, de reparto de poder, y sin poder que repartir se transforman en una bandera clavada en el abismo.
Y es por eso que el PC, o lo que queda de él, ha debido optar por supervivencia o la muerte. Podría haber sido lo que quisieron los padres fundadores, una organización de oprimidos resueltos a terminar con la opresión, pero eso sería desconocer la historicidad del partido. Tal cual el PPD y RN, partidos instrumentales por excelencia, es decir carentes de cualquier doctrina que cohesione a su militancia, todos los partidos nacionales comenzaron su inexorable tránsito a la instrumentalidad, cuestión que ha alcanzado incluso a la UDI. El PC ha sobrevivido doctrinariamente gracias a la derecha que lo cuida celosamente atribuyéndole cada tropelía antisistémica, pero el PC hace mucho que a penas organiza la fiesta de los abrazos. La razón tras de esto es que la derecha, o más bien, los derechistas, son personas muy básicas intelectualmente, muy ingenuas, por lo que el discurso de guerra fría permanece intacto en sus cerebros. Ya fallecieron los anti anarquistas de principios de siglo por lo tanto los derechistas actuales son anti comunistas por lo que sino existiera el PC la dirigencia de derecha, que no tiene un pelo de ingenua, debería inventarlo.
Por cada Arrate que se inscribe en el PC cientos se retiran con destino incierto. Se dice que caminan rumbo al MPT pero si tal organización se transforma en algo tan diverso, tan excesivamente tolerante, sólo será una estación antes del colapso. Dichos militantes hacen del PC más pequeño pero más coherente y con algunos puestos de poder ganados y otros tantos a ganar, a repartir entre muy pocos. En cambio el MPT utilizará gran parte de su tiempo útil en vez que en organizar a los oprimidos para luchar en contra de los establecido a limar asperezas con quienes aceptaron todo del PC y sólo la inscripción de Arrate les rebalsó el vaso. Cabe la pregunta si se requieren tantos ex militantes, con sus improntas y resentimientos mundanos, o si se precisa construir una doctrina que aglutine y haga coherente y sólido al MPT, o más bien a la izquierda, no desde la instrumentalidad sino que desde la convicción política dirigida a un objetivo común.
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