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lunes, 16 de noviembre de 2009


Toda institucionalidad se erige sobre un cementerio.

Por Ariel Zúñiga Núñez (Azeta Ene)


Así como toda riqueza depende de un crimen, toda paz depende de la violencia.

Juan Francisco Coloane, oficioso analista internacional, afirmó en la radio Bio-bio hace una semana que la violencia en Brasil “era demostración que las potencias emergentes eran incapaces de asegurar la paz”. Aludía a China, India, Rusia y Brasil, y de modo encubierto a las potencias sumergentes: EEUU, Europa y Japón.

Este modo estandarizado de hablar, según alguna prosa regulada por el ISO, de dividir al mundo, y a las personas, en emergentes y emergidas, y a las sociedades en violentas y pacíficas, es el que impera en nuestros medios oficiales.

Las continuas batallas en la favelas cariocas no distan de las cruentas luchas en la “frontera” estadounidense que concluyeron hace un poco menos de un siglo; y de las guerras de pandillas, principalmente en los Ángeles, protagonizadas por inmigrantes recientes y sus hijos, las que eran incontrolables hasta hace setenta años cuando las asociaciones espontáneas de italoaméricanos controlaban Chicago. No pocos especulan que el “problema” mafioso se resolvió amigablemente al incorporarse dichas organizaciones al Estado, institucionalizándose sus operaciones en Las Vegas, La Habana, y finalmente por rebote o carambola, en Miami.

La paz, cualquiera que sea y cualquiera la detente, desde que existe civilización, es un proceso impuesto desde arriba con el uso y abuso de más brutal de la violencia: La violencia interna, aplicada por quienes deberían disparar hacia afuera, y que su finalidad es destruir toda organización, esto incluye a la cultura, que no sea institucionalizable en un Estado. Como dichas organizaciones son integradas por personas, la imposición de la paz radica en el exterminio de todos quienes se oponen a ser gobernados por el Estado sea porque prefieran a otro o porque repudian a la civilización, es decir, a la centralización e institucionalización del poder. Esto último es lo que ocurrió con la anexión de la “frontera” norteamericana, se trató de un proceso civilizatorio, del mismo modo que las anexiones de los territorios indígenas en los EEUU, Argentina y Chile, fueron luchas contra organizaciones que ya centralizaban y institucionalizaban el poder.

Genéricamente se denomina a la sangrienta imposición de la paz pacificación. Y la paz, ya impuesta, no es otra cosa que la consagración del principio que sólo el Estado, mediante sus innumerables agencias, oficiales y oficiosas, puede disponer de la violencia.

Las potencias “emergentes”, utilizando el falaz eufemismo de los analistas oficiosos, no son más efectivos que las potencias en declive en imponer sus términos a los habitantes de un territorio. Brasil no es menos exitoso en hacer vigentes sus normas en las favelas que los EEUU en la frontera mejicana o España en la marroquí; Brasil, India y China son racistas y clasistas como todos los estados pero mucho menos., sin duda, que Europa y EEUU en que rige un sistema de Apartheid de facto en donde se excluye de la seguridad social, judicial, es decir, del estado de derecho, a los inmigrantes. Si consideramos los territorios en que los EEUU actúa como potencia protectora o invasora, la mayoría de ellas con el apoyo europeo, es decir Israel, Afganistan e Iraq, todos son estados fallidos que nada pueden reprochar a Somalía. Está más que claro que la pacificación es un proceso en despliegue, en el primer mundo inclusive, y que al parecer una parte de la población mundial asediará al capitalismo tal cual los bárbaros a los romanos.

Tanto en Chile como en el Perú el tema del momento es la teatral escandalera gubernamental de la administración de Alan García por el presunto espionaje chileno. El espionaje es un asunto tan vetusto como la prostitución o las policías, y como ellas es omnipresente aunque se las oculte. La información se produce, se custodia, se filtra, se comercia, se hurta, etc. Es el libre juego a muerte del selvático mercado. Por lo mismo no me parece un tópico digno de relevar. Sí lo es la histórica incapacidad del Estado chileno de pacificar su territorio y ganar la paz con sus vecinos.

Ganar la guerra y ganar la paz son cuestiones distintas recordaba hoy José Rodriguez Elizondo, también en radio Bio-bio, quien es la única fuente periodística para referirse al conflicto con el Perú y es requerido inclusive para hablar de Bolivia. Quizá esa pobreza franciscana de nuestra intelectualidad, cualitativa y cuantitativamente, sea una de las causas de que la herida en el norte no cicatrice. Los periodistas chilenos culpan a los peruanos de utilizar la política internacional para apuntalar a la interna mientras nuestro ejército se arma hasta los dientes.

Chile no ha “ganado” la paz ni con Bolivia, ni con el Perú, ni con los Mapuche. Tampoco lo ha hecho con un amplio grupo de la población que se lo recuerda cada once de marzo como en el once de septiembre. Quizá se deba a la complejidad de dichos conflictos o a la legendaria incompetencia de nuestros gobernantes. Rodiguez Elizondo explicaba que recién en 1929 se selló un acuerdo con el Perú, el que ahora ellos denuncian, por la guerra de ¡1879! Es decir, la normalización de las relaciones con el Perú demoró más que la guerra fría. La “pacificación” de la Araucanía data de la misma época. Chile dispuso de asesinos entrenados degollando peruanos y bolivianos para exterminar a los mapuche, los cuales habían sido previamente raptados de las haciendas y acarreados en vagones de ferrocarril.

Esto último es una descripción sinóptica de uno de los tantos procesos de pacificación, el cual, dadas las circunstancias, ha sido fallido. El Estado chileno ha sido tan eficiente como el estadounidense exterminando a sus enemigos, reales o inventados, y tan ineficiente en anexarlos con todo lo que implica. Los afroamericanos siguen, y seguirán, siendo ciudadanos de segunda clase pese a que uno de ellos, al menos fenotípicamente, regente la casa blanca; hordas de inmigrantes ya lo son y lo seguirán siendo en un país que llegó a ser lo que es gracias a la inmigración. Los EEUU seguirán peleando con medio mundo, desde Granada a Tripoli, pues fracasarán todas sus pacificaciones como ya lo han hecho todas las anteriores, fuera en Haiti o en Chile. El Estado chileno, fiel discípulo yanqui, al punto de parecer agencia gringa, ha fracasado en la paz con el Perú y Bolivia, y en la pacificación con los mapuche y con su izquierda, que pese a estar diezmados no cejan en recordar que no han podido ser anexionados.

Los muertos que matasteis bien vivitos te saludan.





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