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martes, 29 de enero de 2008


Es tan difícil comunicarse, pero es posible. Nos encontramos en la era de las comunicaciones y sin embargo establecer un diálogo hoy es cada vez menos frecuente.


Existe un gran ruido de fondo al que contribuimos con nuestros mensajes; está todo dicho y de todas las formas posibles, lo que transforma a las conversaciones sinceras en interminables glosas; está permitido decir todo pero es mejor no hablar de ciertas cosas; se habla a diario para negociar o simplemente para imponer la voluntad independiente del otro, se atrofia día a día la capacidad de hablar para no competir ya que todas las luchas se han civilizado.


Antes uno, al encontrarse con otro o le mataba o le hablaba: Nuestra civilización depende de hacer las dos cosas al mismo tiempo.


Sin embargo el que hablemos y que nos entendamos, con toda la precariedad con que logremos esto último, se ha dado por una serie de azares producidos en millones de años de selección natural y que es lo más cercano de considerarse un milagro.


Según Chomsky, el lenguaje es una capacidad innata es decir, a parte del desarrollo de la traquea, de las cuerdas vocales, de la laringe, de la cavidad bucal en general, se ha desarrollado otro órgano radicado en nuestro cerebro en forma difusa que nos permite aprender un idioma, a pesar de que se nos enseñe mal, y comunicarnos aunque el idioma aprendido mal lo empleemos de la peor forma. Esta capacidad se ha desarrollado gracias a los miles de años en que el lenguaje se ha utilizado para comunicarse; si el lenguaje se hubiera utilizado sólo en imponer la voluntad como se lo hace hoy, quizá se hubiera desarrollado una capacidad innata de resistencia para filtrar los mensajes, como lo hacemos con los malos recuerdos, que nos permitiera entender sólo aquello que fuera de nuestra conveniencia e ignorar todo lo demás.


Quizá la "incomunicación" que se produce en la sociedad actual es producto de que se va atrofiando esa inveterada capacidad de hablar por hablar o de hablar para expresar ideas o sentimientos: Cada vez que lo hacemos somos sancionados a la brevedad y por cualquiera sea tildándolos de locos o presumiendo alguna intención encubierta en nuestros mensajes.


Ya que sobrevivir en la modernidad civilizada es mentir; amar, manipular; comunicar, vender; hacer amigos, hacer contactos; hablar sin otro afan que comunicarse es visto como una forma de manipular que excede las socialmente toleradas.


Así como en el Farenheit de Bradbury, en que los libros se quemaban, hoy lo que desaparecen son los interlocutores.


Hay dueños de las palabras de algunos, y otros incluso se hacen dueños de nuestras palabras: El silencio resultante del ruido de la palabra mercancía ensordece y enmudece a todos.


El diálogo que queda, es la violencia.


Nadie en la misma situación conversa porque está deshabituado y cuando le hablamos a quienes están debajo de nosotros en la asímétrica distribución de poder, nos imponemos, a nuestro pesar, a nuestro culpógeno pesar; y cuando alguien nos habla desde arriba se trata de un rayo arrojado por Zeus el que con fortuna titánica podemos esquivar.


Las palabras hoy son cosas que se venden o herramientas destinadas a producir otras cosas.


Nadie habla para festejar el milagro de poder hacerlo.


Las pequeñas islas de comunicación se producen accidentalmente y cualquier ola de palabras tarifadas las deja nuevamente sumergidas en los confines del silencio.

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