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martes, 24 de junio de 2008
...y no tan amigos, con este trabajo culmino una larga zaga de escritos en los cuales he intentado resumir ideas que suscribo hace al menos diez años pero que siempre me ha costado explicar. Al principio pensaba que se trataba de mi impericia – la que en gran parte mantengo – luego de mi ignorancia que en parte he tratado en lo posible de subsanar. Pero tiendo a pensar, y discúlpenme mi arrogancia, que a pesar de todo lo escrito hay varias cosas de las que he dicho que no las había dicho nadie antes, o al menos, nadie había mezclado ideas de otros en esas proporciones. El pensar una teoría que no se enseña en ninguna parte me ha forzado a tratar de describirla y ponerla por escrito. Sin embargo es tanto lo que se escribe que hacerlo incluso parece contraproducente.

Hace unos meses me hice el propósito de transformar todos estos apuntes en un libro en donde se explicara sistemáticamente esta frugal teoría pero no me queda claro si tiene algún sentido hacerlo. Recibo comentarios por los artículos de la contingencia que publico pero nunca sobre el marco teórico desde donde escribo. Eso me ha llevado a la conclusión apresurada y posiblemente equivocada de que estoy haciendo un aporte. En cada opúsculo sobre la contingencia aplico una y otra vez el mismo modelo teórico lo que constituye un acto de majadería monumental, pero parece que el mensaje que llega es sobre mi necesidad de expresar incontinentes pensamientos particulares sobre partículas.

Sé bien que en Chile puede nacer hasta un poeta pero para otros asuntos nadie lo va a tomar en serio salvo que se dedique a la labor de incrementar o mantener el poder que otros disponen. Sé que si en algún momento estas palabras tendrán un valor será para cuando me estén saboreando los gusanos. Sólo les digo, por si no existe la oportunidad de decirlo en otra ocasión, que este trabajo está dedicado a todos, y en especial a ustedes, a todos quienes no saben ni porqué ni en contra de quienes es la lucha, que espero que esta tarea haya servido para limpiarse las anteojeras y dedicarse a lo único realmente importante que puede hacer el ser humano: La destrucción creativa de la civilización.

Les acompaño el último número de esta saga.

Maipú 16 de Junio de 2008


El Mundo Entero Como un Gran Estado y sus Consecuencias.

Dos Izquierdas, la relación público privado, etc.


"Existe una profunda crisis en la sociedad al menos hace cinco mil años"

Jorge Gonzalez


Amnistía Internacional ha presentado su último informe afirmando que los derechos humanos son sesenta años de promesas incumplidas1. Pero las preguntas que surgen desde esa afirmación es si es posible cumplirlos desde el actual sistema económico y si los estados nacionales disponen de las herramientas suficientes para hacerlo.

El sistema económico y político que nos rige descansa en la desigualdad de los hombres; además la ambición es el motor, la avaricia la consecuencia, y el fundamento real los muertos de hambre. La argucia de los estados nacionales de primer mundo para soslayar esa realidad consiste en señalar que, aunque la economía se despliegue universalmente, la política no: Existen más de un ciento de estados nacionales soberanos de los cuales sólo ocho pueden ser considerados de primera línea. Se supone que cada uno de esos ocho privilegiados llegaron a ese lugar debido al trabajo acumulado de sus habitantes que han bogado por ese desarrollo pero la verdad es mucho más prosaica. El saqueo de los recursos naturales de los estados nacionales inferiores no es sólo la historia de los mecanismos primarios de acumulación de los países desarrollados sino que es el relato del presente; es normal que a los pobres se les impongan tributos destinados a reproducir la desigualdad, sus fórmulas van desde exigirles que abran sus economías mientras ellos subsidian a su producción local, contaminarles y erosionarles el medio ambiente, explotarles a su población nativa, hasta obligarlos a asumir conflictos bélicos que ni han provocado, motivado o les favorezcan; pero el fundamento básico de la mantención de la riqueza de los países ricos consiste en que la pobreza de los demás les asegura mano de obra barata para sus procesos fabriles y poblaciones ávidas de consumir sus chucherías: Si los africanos o latinoamericanos tuvieran producción fabril que satisficiera su consumo interno no habría modo de que los países ricos de hoy pudieran seguir siéndolo.

La soberanía se fundamenta en la propiedad inmueble romana y por lo tanto descansa en que sólo los habitantes de un territorio organizados políticamente pueden disponer de los recursos (o frutos civiles) de sus heredades dominadas en común. Si los ricos pueden instalar complejos mineros, pesqueros, silvoagropecuarios, genéticos, y llevarse esa riqueza como sólo puede hacerlo un dueño, quiere decir que la soberanía de los estados nacionales es una falacia. Pero esa falacia es la que permite que los países ricos se excusen por contribuir a la miseria del tercer mundo porque cuando se trata de los pobres ahí si hay estados soberanos para que cuiden de ellos. Ellos dicen respetar los derechos humanos dentro de sus fronteras, porque respetarlos cabalmente implica la prestación de servicios públicos es decir, de recursos; pero en lo referente a las prestaciones insatisfechas de los habitantes de tercer mundo les exigen a los estados, que no son más que unas banderitas y unos cajones de manzana, a que respeten la legislación internacional como si eso pudiera hacerse con la mísera limosna que se les deja al ser saqueados.

Las fronteras están abiertas de par en par para que ellos extraigan los recursos y vendan sus baratijas y cerradas tanto a los inmigrantes de tercer mundo como a sus productos elaborados; y el garrote de la fuerza internacional se exhibe sin tapujos amenazando a quienes osen desafiar esta tendencia.

Cuando se trata de hambrunas o graves crisis, los estados ricos se desentienden y no pagan el justo precio de su explotación y expoliación, y nuevamente arrojan las infames monedas de la limosna caritativa de sus instituciones internacionales (las cuales tampoco respetan las fronteras ni la soberanía).

Nadie pide limosna, sólo que cada uno pague su factura.

Dentro de los estados nacionales la dinámica explicada se reproduce fatalmente y los ricos de los países pobres explotan a la población nativa, causan todo tipo de desastres, se sirven del estado de crisis permanente para mantener su poder y acrecentar sus ganancias; además les obligan a pagar más impuestos que a ellos y a pagar por sus calamidades de las cuales ellos se sirven. Del mismo modo que los países ricos obligan a los estados pobres a hacerse cargo financieramente de los costos sociales de su sistema de producción y de consumo, los ricos nativos obligan a su propio estado fachada a que se haga cargo de sus externalidades.

Así como se han dado las cosas queda muy claro que los estados nacionales son una institución de fachada que permite a los ricos a lucrar sin limitaciones. Para los ricos no existe ningún estado que los limite o que les imponga normas y cualquiera crítica que se les haga las reconducen amablemente a la oficina de reclamos que es la casa de gobierno local.

Pero la gran farsa de los estados nacionales es sostenida en parte gracias a muchos críticos que invierten todos sus recursos organizativos en pos de obtener algún tipo de influencia en esas oficinitas locales de reclamo, carentes de poder e influencia real, destinadas a satisfacer infinitas carencias, algunas inveteradas otras recreadas por la explotación y expoliación actual. El destino de un gobierno que intente tomarse en serio el concepto de soberanía es trágico; si los izquierdistas llegan a la casa de gobierno lo más seguro es que sean sus propios camaradas quienes los desalojen ya que es imposible que se hagan cargo, en tanto izquierdistas, de salvar a un enfermo dándole suero mientras otro le succiona la sangre.

Lo público y lo privado es lo que hace la diferencia en el plano interno de los estados tecermundistas del mismo modo que en los primermundista se habla de lo interno y lo externo: Ambas categorías ideológicas permiten eludir el pago de la factura que les corresponde tanto a los ricos nativos como a los países ricos.

Con la miel de los estados nacionales los ricos cazan moscas adentro y afuera de sus fronteras; la competencia política interna desgasta a los críticos y los mantiene entretenidos mientras ellos se dedican a sus negocios. La falacia de los estados nacionales encubre que el real gobierno no es quien redacta una ley sino quien impone su voluntad en las relaciones sociales.

Para evitar que los pobres lleguen a la conclusión simple de que los ricos son los culpables de todas las calamidades que acaecen en todo el mundo, la clase dirigente mundial refuerza la idea de la complejidad del mercado, constituido por millones de decisiones individuales de las cuales ninguna es determinante. La economía de mercado en definitivas consiste en una democracia, la única democracia posible, en que la voluntad de todos es realizada mediante las decisiones de consumo y producción de cada individuo por más pobre que sea. Pero si la democracia es de este modo debemos forzosamente reconocer que cada individuo no posee un sólo voto al igual que los demás; la participación política de mercado es tal cual ocurre con las sociedades anónimas (corporaciones) y, del mismo modo en que en ellas cada quien tiene tantos votos como fracción de la propiedad del todo (cantidad de acciones), aquí cada uno tendría tanto peso como dinero para producir o consumir.

El mercado rige universalmente y la transacción pacífica de los bienes requiere de un marco legal por lo tanto existe un estado mundial y; del mismo modo como en una sociedad anónima cada quien tiene la influencia que la proporción de propiedad que detente le permita, cada habitante del mundo dispone de poder pero el cual es insignificante en comparación al que disponen otros. Además, si aplicamos correctamente la metáfora de la sociedad anónima debemos forzosamente asumir que el mundo también posee un directorio y una gerencia, no se trata de una opresión metafísica, y ese gobierno corporativo es a quien debe visualizarse, presionarse y deponerse.

En forma paralela a la ideología de la democracia de mercado se ha erigido un dantesco muro de lamentos fundamentado en diversos autores franceses o afrancesados, de los cuales Foucault es el niño símbolo, que reproduce la idea anterior pero de un modo aún más peligroso: Vivimos en un mundo en que todos nos relacionamos en una dinámica de poder, y del mismo modo que el dictador ordena la muerte de miles el padre golpea a sus hijos. Esta interpretación de Foucault impide distinguir el grado de influencia del dictador y del padre, además no contiene ninguna clausula de salida. Además basarse en Foucault, como si se tratara de un horcón de granito, no pasa de ser un acto temerario y frívolo ya que su pensamiento carece del rigor histórico que sus incautos seguidores le atribuyen, y a lo más su genealogía puede entenderse como un reportaje periodistico sobre ciertos hechos relevados a priori, que ocurrieron en un espacio de tiempo breve y en ciertos lugares de Bélgica y Francia.

Sin embargo la popularización de Foucault ha permitido que se reavive la teoría crítica del poder y su ejercicio, principiada magistralmente por Rushe2 con antecedentes en el marqués de Beccaría, y de sus bastas investigaciones podemos concluir que el ejercicio de poder es la constante en nuestra sociedad, que la negociación regularmente es extorsiva, y la acción comunicativa excepcional3. También nos permite afirmar que la voluntad creadora y destructiva del hombre es capaz de variar cualquier estructura, y darle la forma de sus mejores sueños o peores pesadillas.

Al problema que nos enfrentamos es que cambiar el mundo implicaría abrogar esa estructura jerárquica del ejercicio de poder, desde el dictador hasta el padre, pero hacerlo no se vislumbra como un objetivo político tangible ni es posible construir adherencias no extorsivas en una sociedad regularmente jerarquizada. Escribir, producir documentales, hablar, no es sinónimo de comunicar desde el momento que el lenguaje también es un modo de ejercitar el poder; nos encontramos ante la paradoja que a medida que incorporamos más poder al sistema mediante nuestro ejercicio liberador, más la jerarquizamos. El resultado es el obligatorio refugio a pequeñas islas virtuales en donde la comunicación es posible puesto que se relacionan personas con poder equivalente y sin finalidades de obtener algo a costa de otro, pero desde donde no es posible articular una resistencia a una tendencia universalmente asentada.

La jerarquización de la sociedad es una consecuencia ineludible de la civilización4 e inseparable de ella. Por lo tanto la supresión de toda coacción, único modo de establecer una sociedad anarquista, socialista o comunista5, sólo es posible en la medida que podamos construir algo superior a la civilización; una organización que no va a producirse por obra y gracia de un progreso cósmico de la historia como pareciera sugerirlo la izquierda hegeliana sino solamente a fuerza de nuestra voluntad porfiada y rebelde.

Pero si definimos como estrategia la titánica tarea de liberar al hombre del yugo del mismo hombre podría entenderse como una elusión a la contingencia e incluso como un asilo metafísico. Me parece que es aquí en donde surge, y no antes, la opción por una segunda izquierda – o segunda estrategia – que no necesariamente es compatible con la primera pero que es el único modo de honrarla moralmente: La izquierda también es la lucha cotidiana contra cualquier forma de opresión, la subversión contra toda autoridad, el escepticismo radical frente a toda organización.

Mientras la humanidad sea sólo civilización la izquierda no puede darse la tarea de organizarla lo más humanitariamente posible. La defensa del ser humano consiste en la subversión a la civilización misma; que la Cruz Roja se dedique a hacer menos traumática la guerra y las ONG a que el capitalismo huela a flores; nuestra tarea debe consistir en defender al hombre y a la humanidad en medio de esta inestable cuerda y trinchera entre el mono y el super hombre. Un super hombre exige una super civilización y una super civilización un super hombre.

1Los líderes mundiales deben una disculpa por no haber atendido la promesa de justicia e igualdad recogida en la Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH), adoptada hace 60 años. En los últimos seis decenios, muchos gobiernos han mostrado más interés en ejercer el abuso de poder o en perseguir el provecho político personal que en respetar los derechos de las personas a quienes gobiernan. Con ello no se pretende negar los avances que han tenido lugar en la creación de normas, sistemas e instituciones de derechos humanos en el ámbito internacional, regional y nacional. Se ha avanzado mucho en numerosas partes del mundo gracias a esas normas y principios. El número de países que brindan protección constitucional y jurídica a los derechos humanos es mayor que nunca. Sólo unos pocos se han negado tajantemente a que la comunidad internacional ejerza el derecho a inspeccionar su historial de derechos humanos. El 2007 ha sido el primer año de pleno funcionamiento del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, a través del cual todos los Estados miembros de la organización han aceptado un debate público sobre su actuación en materia de derechos humanos. Y, a pesar de todo, el hecho cierto es que la injusticia, la desigualdad y la impunidad siguen siendo hoy día rasgos distintivos de nuestro mundo. (Informe Amnistía Internacional 2008, prólogo, se puede descargar desde la página www.amnistia.cl)

2“De Frankfurt a Foucault: El estudio del poder y el régimen penal en la sociedad contemporánea. Marco Antonio León León. En: Revista de derecho derecho, Universidad Central de Chile, Segunda época, año ix, no 4, enero – junio de 2003.

3Ver, desde la criminología crítica hasta los estudios sobre la violencia y el control social.

4El tránsito desde las sociedades primitivas a la civilización lo constituye la revolución neolítica, término acuñado por Gordon Childe. Para una descrpción de este fenómeno y de los elementos comunes e ineludibles de la civilización ver: Ernest Gellner, Antropología y Política. Editorial Gedisa, 1997. Capítulo 3, de los orígenes (pag 46)

5Es más, la supresión de poder en una sociedad no sólo permite sino que obliga a una organización anarquista o comunista de la producción.

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