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lunes, 26 de enero de 2009







La libertad es una idea típicamente civilizada, pero la civilización es la negación misma a la libertad. La libertad no impera pues la civilización es el imperio de unos pocos sobre otros muchos por lo cual el capricho de los gobernantes, limitado por la sustentabilidad del sistema artificialmente creado, y hasta de la naturaleza misma, es lo que rige a todos incluyendo a los gobernantes. La libertad no pasa de ser una quimera sólo posible de lucubrar dentro de un sistema opresivo. Si la libertad impera la idea de libertad sería impensable.

Pero la humanidad precivilizada tampoco es un referente a la libertad que llega a concebir el hombre contemporáneo víctima de una abstracta opresión. Para quienes viven modalidades de dominio vivificadas mediante tormentos cotidianos manejan una noción de libertad elemental la cual queda satisfecha con el cese de los latigazos. Los inmigrantes que provienen de lugares en que la guerra o la economía, o la economía de guerra, configuran un sistema en que la dominación implica dolor, hambre y muerte, nos muestran con su acrítica adaptación a nuestros pacificados sistemas que la opresión de nosotros les basta y sobra para satisfacer sus básicas expectativas de libertad. Sin embargo para quienes la libertad civilizada es la norma, es posible distinguir aquella opresión abstracta que episódicamente se torna en un evidente fascismo que luego es identificado con el nombre de algún culpable: Algún Hitler, Pinochet o Bush.

La libertad civilizada en la cual discurrimos los sujetos afortunados de nuestra sociedad es comparable al paraíso para los desafortunados. Para la gran mayoría de los seres humanos el contexto cultural en que han sido formados se equipara al hábitat de los animales es decir, a una condición necesaria y a la vez suficiente para la existencia. Sin embargo lo que permite hacer una distinción entre humanos y animales se encuentra precisamente en que el ser humano es capaz de prescindir de un hábitat construyendo sistemas sociales complejos capaces de hacer posible la susbsistencia en cualquier medio ambiente. Los sistemas culturales por lo tanto no son hábitat pero la noción de la plasticidad de los sistemas sociales le es ajena a la mayoría de los seres humanos lo que les fuerza a defender al propio tal cual como un león lo haría con su territorio de caza, es decir su hábitat. Lo cultural se torna en natural y por lo tanto inmutable de acuerdo a los parámetros del tiempo humano. Las aspiraciones se construyen de acuerdo a las reglas que provee el propio sistema y por lo tanto sólo le es posible exigir mejoras tolerables para la sociedad pero aspirar a transformaciones radicales, que pongan en riesgo la sustentación del medio social, o sencillamente reivindicar la humana capacidad de crear un nuevo sistema recreando todo lo existente, es excepcional. Se requiere que un sujeto deje de estar sujeto a su medio social, el mismo que lo ha formado, y al mismo tiempo sea capaz de relacionarse en dicho medio para que sus ideas sean comprensibles de lo contrario no sería posible distinguir su posición política de un estado de locura.

Cuestionar el sistema en el que uno ha sido formado es excepcional pero lo es aún más el pretender el establecimiento de otro en vez que la mera reforma del actual. Tanto desde el social cristianismo hasta el anarquismo la propuesta consiste en reformar el sistema actual de modo que sea posible que el trabajo no sea explotación y el emprendimiento dominación pero tales anhelos son irrealizables puesto que son características inherentes a la civilización. La ideología liberal es tan sólo eso, ideología, y no está diseñada para tomarse en serio; el equilibrio del sistema depende de millones de perdedores, de desafortunados, de excluidos. Los pesados engranajes del sistema mundial requieren más músculos y bríos que los que pueden motivar los objetos de consumo y o símbolos de estatus, indefectiblemente precisa de esclavos y carne de cañón cualquiera sea el nombre con que los designemos a estos.

Que nos sea suficiente la libertad a que se puede aspirar en la civilización depende de nuestros escrúpulos puesto que nuestra relativa seguridad y comodidad es pagada con la inseguridad y el sufrimiento de otros a quienes no nos importan. Y si nos importan querría decir que nos interesa utilizar nuestra voluntad, organizándola con la de otros, para suprimir de una vez para todas ese sufrimiento. Perfeccionar a la civilización al punto que las injusticias sean un tópico de la historia es utópico, en el sentido que es irrealizable, pues la viga maestra es la injusticia. Reformar la civilización al punto de cumplir con el programa de la ilustración para todos los seres humanos consistiría en minar el sistema económico que es el que permite que nos alimentemos más de seis mil millones de personas.

El programa de una izquierda por lo tanto es aún más contraevidente de lo que se suponía. No puede consistir en utilizar a la civilización como una medida para una eventual transformación reivindicando los valores doctrinarios de ésta ya que ellos sólo han cumplido un rol ideológico; no consiste tampoco en un paso más de alguna evolución social. Es la aceptación de que somos libres, al menos en potencia, para darnos el sistema de organización social que queramos. Por lo tanto el programa de la izquierda no puede ser el llevar a la civilización a su crisis sino que proponer un modelo alterno a la civilización e implementarlo.

Ni se trata de buscar una forma contraria a la civilización ni previa a ésta sino que una diferente que permita aprovechar los avances científicos y tecnológicos suprimiendo el dominio jerárquico y burocrático sea éste de fuente monetaria, religiosa, científica o militar. La supresión de las clases sociales no depende de la abolición de la propiedad privada ni de la socialización de los medios de producción si esta no va acompañada de una supresión de toda jerarquía. El ser humano hasta hace doce mil años no conocía la civilización y podía sostenerse sin ella pero porque apenas la humanidad contaba con unas decenas de miles de especímenes repartidos en toda la superficie del globo. Su libertad de cazar contrastaba con su vulnerabilidad a ser cazado. Era el animal más inteligente pero pertenecía aún al reino animal por lo tanto su libertad aparente era precaria en comparación a lo que un hombre civilizado aspira. El salvaje no es un referente válido además que miles de años de acervo cultural no pueden arrojarse por la borda.

Un modo alterno de organización social no puede ser por lo tanto un paso evolutivo o involutivo de la civilización sino que en un acto fundacional que nos trasformaría en una nueva especie. Fue el dominio de las fuerzas de la naturaleza lo que permitió que el hombre fuera algo distinto a los animales pero al consolidarse esa situación un azaroso paso en falso hizo de la humanidad una cárcel en que los hombres afortunados son sombríos carceleros. Emanciparse de una vez por todas de la animalidad construyendo un sistema de organización exclusivamente humano, no uno que reproduzca las condiciones de la selva, es el único paso evolutivo que podría dar el hombre pues sería la primera vez en que podríamos considerarnos no sólo distintos de las ratas sino que mejores.


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