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sábado, 29 de septiembre de 2012

Economía Política para Idiotas.
Por Ariel Zúñiga Núñez ( @azetaene )
Ilustración de Leo Ríos.

Si algo me exaspera son los intelectuales cortesanos que radicalizan sus discursos dependiendo de las circunstancias, sus reflexiones son siempre oportunas, o más bien oportunistas. Se trata de una radicalización meramente discursiva, y si aún es posible endosar a la nuda palabrería la virtud de movilizar a las masas, es imperativo dejar constancia de otras dos infracciones a la honestidad intelectual: Que dicha radicalización es aparente y que se intenta vender una teoría vieja, incluso muy vieja, como si se tratase de una reflexión novedosa.
Esto último vale tanto para Marx, quien re vende su teoría de la plusvalía, aún más vieja que Tomás de Aquino o para Fukuyama quien plagia Alexandre Kojève entre los fachos gringos, que obviamente no lo habían leído.
Sin embargo el objetivo de Marx no era el mismo de Fukuyama, ni el de los sociólogos de hoy, como veremos más adelante.
Para muchos intelectuales, y esa es la razón de su descrédito, el objetivo es figurar, estar en la boca de las masas, y vender subproductos como libros o conferencias, más que el pensar. La docencia es menos pretenciosa, su quehacer se limita a enseñar a otros lo que ya la humanidad sabe.
Una teoría, esto vale para la ciencia y las humanidades, es novedosa o no puede denominarse como tal. Cuando se recopila lo que han dicho otros y se los cita estamos frente a unos apuntes; cuando se lo hace y se ocultan las fuentes deliberadamente estamos frente a un fraude.
Y existe un caso tan grave como el último señalado, cuando se elabora una teoría a las espaldas del producto cultural de la humanidad, este es el peor fraude de todos.
El estado del arte es crucial, debemos saber, antes de sentirnos un Da Vinci, qué pensaron otros sobre el asunto propuesto. El acervo cultural de la humanidad es común, sólo podemos llamar teoría a aquello que innova acreciendo dicho producto.
Economía Política- Jurídica.
Marx, Weber y Luhmann tienen algo en común aparte de ser señalados como piedras angulares de la sociología, todos estudiaron derecho, leyes o jurisprudencia, dependiendo cómo queramos llamarle a la teoría del derecho, una de las disciplinas más longevas de la humanidad.
Uno de los gruesos errores de los seguidores actuales (de Marx, Weber o Luhmann) es haber desdeñado al derecho como una saber menor, meramente técnico o incluso haberlo descalificado como un saber burgués con el cual mejor no es contaminarse. Esto último ojalá valiera sólo para la izquierda. Desde alguna sociología actual, incluso, es posible visualizar, con estupor, que se desdeña a la historiografía, a la economía y a la lógica, no es el objeto de este breve panfleto vituperar, una vez más, contra los posmodernos afrancesados, sino dejar sentado que el pensamiento sociológico que pretende ser más serio (pues se recubre con guarismos y “datos duros”) adolece de una fragilidad que permite que hoy sea muy sencillo presentar una tesis ya que nadie, o casi nadie, repara en su eventual impertinencia.
El lucro.
La teoría sobre el lucro es tan vieja como el derecho. La sociología tiene incorporada la reflexión sobre el mismo, aunque no lo adviertan los que hoy se dicen sociólogos, de hecho Marx casi sólo escribió sobre eso.
El lucro es una cosa nueva que se adquiere por accesión. La accesión es un modo de adquirir el dominio mediante la cual el dueño de una cosa principal se hace dueño de las accesorias.
La accesión no sólo se aplica a casos de laboratorio, como cuando un terreno ribereño se hace más grande producto de un aluvión (caso raro pero que sin embargo en la ciudad de Valdivia existen muchos) sino que también con la adquisición de los frutos naturales y civiles, los cuales también son propiedad del dueño de la cosa principal.
¿Porqué el dueño de una vaca es también dueño de los terneros? Simple, por accesión, el dueño de la cosa principal se hace dueño de la cosa accesoria.
No nos detendremos en definir qué es una cosa principal y qué es una accesoria, el lector hasta aquí posee una idea aproximada sobre qué consiste una y la otra y esto basta y sobra para entender lo que sigue.
Tal cual existen frutos naturales, como las manzanas del árbol, las zanahorias del huerto, los huevos o los terneros, también existen los frutos civiles, mediante los cuales los dueños de bienes meramente jurídicos se hacen dueños de los frutos del mismo. Esa es la razón por la que el dueño de una casa se hace dueño también de los cánones de arriendo o por la que los titulares de acciones perciben las utilidades por las ganancias de una sociedad de capital.
A Marx le tocó vivir en un mundo que cambiaba drásticamente el modo inveterado de hacer las cosas. La abolición de la esclavitud fue un punto crucial, los padres de la economía moderna intentaron justificar las condiciones existentes marginando al saber económico de la legalidad, en otras palabras, de lo socialmente establecido por la política; Marx ocupó su tiempo en refutarlos.
Hasta la abolición de la esclavitud el dueño del esclavo se hacía dueño también de los frutos de éste, verbigracia de sus hijos pero también DEL PRODUCTO DE SU TRABAJO.
Cuando la esclavitud deviene en una mala palabra surge el problema de establecer quién se hace dueño del producto del trabajo de quienes hoy ya no son cosa sino que personas. La argucia inicial fue usar el arrendamiento de servicios, entendiendo que el obrero, al no ser dueño de las cosas que transformaba, sólo podía cobrar un precio por su trabajo el cual negociaba “libremente” conforme a las reglas del mercado. Esta institución devino en lo que hoy conocemos como contrato de trabajo.
Sin embargo Marx quiso poner su acento en otro asunto, si nos fijamos bien su trabajo no cuestiona el principio romano de la accesión sino que lo confirma, lo que él pone en cuestión es qué sería la cosa principal. Para Marx el trabajo humano es la cosa principal, y por lo tanto el trabajador es quien se apropia de lo accesorio, de los frutos de su trabajo. Su reclamo por lo tanto no es que las cosas funcionen de un modo diferente sino que asume las reglas del sistema, que lo preceden, sin cuestionarlas, poniendo en crisis únicamente un pilar, pero aquel que sostiene todo el edificio que llamamos capitalismo: La legitimidad que tiene el dueño del capital de hacerse dueño de los frutos del capital.
Para esto recicla una teoría escolástica del alto medioevo, de Tomás de Aquino, usada por éste como ideología antisemita, más específicamente anti judía, debido a que la banca comenzaba a proliferar en Europa. Aquino consideró la apropiación de los intereses, del dueño del capital, pecaminosa, y emprendió una campaña, que a la postre perdió, contra los banqueros judíos.
Marx usó el término explotación y hasta ahora esa palabra contiene la impronta marxista, sin embargo es el correcto para denominar la situación en que un dueño extrae o se sirve de los frutos de una cosa. El dueño de la parcela explota su campo cosechando las papas y vendiéndolas; el dueño de un establecimiento de comercio lo explota y de ahí obtiene utilidades o lucro.
La pregunta nunca es sobre qué sería el lucro, por lo tanto, sino sobre quién legítimamente se puede apropiar de él. La palabra explotación, cuando se trata del trabajo, se usa peyorativamente. Marx consiguió que se mirara con sospecha algo que hasta su época era obvio.
Este es un aporte considerable, quizá uno de los pocos puntos que se ha anotado la izquierda. La abolición de la esclavitud sólo serviría para la racionalización del capital si es que a Marx no se le ocurriera cuestionar la base mediante la cual el capital obtiene su poder, el cual también es su poder de negociación contra los antes esclavos y hoy trabajadores, y la base de legitimidad sobre la que descansa el sistema capitalista.
Marx no olvidó sus clases de derecho al fundar la sociología, digamos que lo que hizo fue superar a las ciencias jurídicas, re integrándolas a la economía y sistematizándolo en una macrocomprensión de lo existente. Toda economía es política, quién define qué es la cosa principal y qué la accesoria no son los académicos ni los juristas, es el ser humano a su arbitrio, es la política quién define las reglas de apropiación sobre las cuales descansa la economía.
Intentar hablar del lucro, a secas, en el Chile de hoy, omitiendo estas premisas fundamentales, no es sólo una pérdida de tiempo, constituye un fraude intelectual que debe ser acusado al tiempo que combatido con todas las fuerzas con que se disponga.


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