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sábado, 3 de marzo de 2007

Mi opinión de Los Tres siempre ha sido similar a la que tengo de los Inti Illimoney, similar aunque no idéntica: Niñitos cuicos jugando a hacer poesía y a sacarle notitas a los instrumentitos regalados por papá. Niñitos cuicos haciendo protestitas, por causitas. Cubiertos de chocolate para otros niñitos cuicos que pololean toda su vida con el desclasamiento.

Desde luego que por lo que digo no son mi primera opción. Pero la pobreza obliga a tragarse mucha más mierda que un simple festival de la canción. Así que hay que tomarse con estoicismo ciertas cosas, y hasta disfrutarlas.


Por lo mismo puedo decir que la presentación de Viña de Los Tres tuve que mamarla de malas ganas en un principio y luego con resignación. Por lo mismo que me tomé el tiempo de escuchar su música, y ajusté mi neurona de traducción de metáforas mamonas para comprender los grandes mensajes en sus letras.


Pero ni la excelente música, ni la excelente poesía de taller literario me cautivaron en lo más mínimo. Me sorprendió su humanidad en conflicto, las miradas nerviosas unos con otros, la división autoritaria de los trofeos.

Quizá me excedí en el análisis: Esto es producto de la escasez de Internet o de TV Cable... pero sigo, no sólo eran músicos, cuicos, malos poetas, eran seres humanos que retornaban de la hoguera de los egos, de los éxitos, de las
borracheras y las voladas. Eran hombres constituidos, luego de cagarse entre ellos con plata, con minas, con figuraciones. Y eran amigos que se querían, que se echaban de menos. Que echaban de menos esos tiempos en que tocaban placidamente en Concepción mientras su nana les preparaba juguitos y leche con plátano.

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