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viernes, 20 de julio de 2007


Hace algunos años, mientras viajaba con un amigo, se nos impidió ingresar a un bus que nos llevaba desde Mendoza hacia Santa Fe en Argentina. Era el último bus del día, y tal impedimento redundó a la postre en que llegáramos con dos días de atraso a Porto Alegre en Brasil. Se nos impidió el ingreso al bus por parte del chofer y el auxiliar con gritos y empujones: Se nos gritó "Chilenitos cagones", "Chilenitos muertos de hambre", etc. El día después el propio Cónsul Chileno en Mendoza nos explicaba que ese tipo de incidentes eran habituales y que incluso habíamos tenido suerte ya que esos insultos generalmente concluían en agresiones físicas y en arbitrarias detenciones para nuestros nacionales.

Ahora que gran parte de población de Mendoza es financiada por los turistas chilenos no creo que la situación sea idéntica. Pero debemos recordar que durante veinte años los chilenos le limpiamos los baños y les realizamos el servicio doméstico, y aún muchos Argentinos nos consideran como si fuéramos sus empleados e incluso sus esclavos.

Siempre se dice que los chilenos somos racistas, o que discriminamos a los inmigrantes. Estoy de acuerdo con dicha afirmación, pero el nivel de racismo es incomparable con el que se experimenta a cotidiano en Argentina o en Brasil.

En Argentina el adjetivo "Negro" es un grave insulto y en Brasil la población se distingue entre Gringos, Brasileños y Pretos: Ese orden estratifica a la población racial, social y económicamente.
La peor consecuencia de este incidente en Mendoza fue que nos sentimos chilenos por primera vez: Tanto que criticábamos a nuestro país pero producto de las agresiones sufridas surgía un amor repentino a "lo nuestro" con todos sus defectos. Y costó mucho que ese nacionalismo situacional desapareciera por completo.

Es que ser tratado como un pedazo de mierda con motivo de tu nacionalidad, que no has elegido e incluso discrepas de ella, y que no tengas posibilidades de defensa, te lleva a extremos.

Me ha tocado muchas veces sentirme un inmigrante ilegal en mi propio país. He sido detenido, golpeado e injuriado con total impunidad. Pero ser inmigrante de “a de veras” es bastante distinto. Incluso en este país viven muchos chilenos como si fueran inmigrantes ilegales.

Bauman dice que el mundo se distingue entre inmigrantes y turistas: Los ricos viajan por el mundo como si fuera el patio de su casa; Los pobres caminan por la casa, cabizbajos, puesto que son parte del servicio doméstico.

Al menos en este país no soy un inmigrante, al menos jurídicamente, y se me respeta cierta dignidad básica. Pero al salir queda de inmediato en evidencia que soy un Sudaca, un espalda mojada, un chilenito.

Vuelven a mi mente estas reflexiones después que se nos robara, una vez más, un partido de Fútbol, y luego nuestra delegación fuera agredida por una de las Policías más reputadas a nivel internacional, sin mediar provocación y con la más absoluta impunidad.

Que se nos pusiera un árbitro ya corrompido no es noticia: El Fútbol es un negocio y una final entre Checos y Chilenos no genera los mismos dividendos que una en que participe Argentina.
Lo noticioso es que los Canadienses, admirados por Michael Moore por su carácter pacífico, golpearan a mansalva a los ya derrotados veinteañeros.

Qué mundo más injusto pensaran, y con razón. Un mundo en que se les prometió que si trabajaban iban a salir de la miseria; que si entrenaban iban a ser campeones del mundo.

Cuando la promesa parecía cumplirse se les advino la realidad, como una tormenta, de la cual difícilmente saldrán indemnes. Y a sus veinte años muchos dudarán si vale la pena levantarse en la madrugada para correr detrás de una pelota si siempre existirán algunos que llegarán más alto y más lejos, no por ser mejores, sino por que el mundo es así y punto.

Y que ellos siempre serán indios, negros, chilenos y pobres, hagan lo que hagan y ganen lo que ganen. Y serán tratados como basura por aquellos que se creen mejores salvo que previamente los ablanden con unos cuantos billetes verdes.

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