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lunes, 10 de diciembre de 2007
Un artículo del año pasado escrito en caliente:
La Muerte de Uno de los Dictadores:
18 de diciembre de 2006

En un día perdido en la Historia, alguien nos regaló la democracia con la finalidad que la cuidáramos. A principios de los setenta los chilenos se comieron la manzana y se desató la furia del
soberano. La manzana ya se la habían comido en muchas oportunidades anteriormente y por ende, todos estaban de aviso que seríamos expulsados del paraíso republicano.

Es que cada vez que el poder político que formalmente ostentamos como individuos lo utilizamos para derogar el sistema que nos oprime, aparecen los sacerdotes de una ortodoxia democrática desconocida para todos los que leímos a los clásicos. Un conocimiento esotérico de la democracia en que ella es solo un juego para los tontos que se acaba de un plumazo cuando el pueblo deja de actuar como tonto.

El espíritu de Pinochet ronda y rondará en todos aquellos que intenten defender los metaprincipios democráticos para cuando el pueblo decida actuar como soberano.

“El legado”, sea consiente o subconsciente, va inspirar las futuras restauraciones.

Hacia Pinochet existe una vergüenza ajena pero cercana: Ajena por que no fuimos y somos más que víctimas suyas y de todos los que representó; cercana por que sí representó y representa a una parte importante de la población: de nuestros vecinos, de quienes nos empujan en la micro.

Pero ese pudor que sentimos es natural por la indolencia con que ellos se ufanan de su proyecto y legado: Pinochet no solo exterminó a la competencia política de los capitalistas sino que reestructuró el país a la imagen y semejanza de los capitalistas más trasnochados. Ese sistema en su despliegue, paga hasta hoy un botín de guerra a las clases altas de nuestro país. Ese botín, manchado con sangre como todos los botines, sigue distribuyéndose equitativamente entre aquellos que lo aceptan y a costa de la sangre y el sudor del pueblo HOY oprimido y explotado. Sucede que son aquellos mismos beneficiados los principales interesados en cerrar “la transición” y en decir que un día se despertó el cuco e hizo de las suyas y que ahora el cuco está muerto y nosotros liberados.

Pinochet fue el líder fortuito de una restauración previsible, su valor agregado fue el transformar una restauración en una contrarrevolución e institucionalizar dicha contrarrevolución gravándola en
granito.

Pero solamente fue el líder, no fue el único actor político e intelectual de la Dictadura, de hecho él solamente le dio el sustento a proyectos en los cuales su aporte fue marginal.

Los Dictadores aún desfilan por las Universidades, por las empresas, por las Iglesias, en los Pasillos de los Medios de Comunicación. Pinochet ha muerto, ellos se han liberado del pesado lastre que implicaba su ego desmesurado que lo llevó a personificar una transformación que no comprendía en sus mínimos alcances.

Cuidado con dejar de apuntarlos con el dedo: Serán ellos, sus hijos, sus nietos, y sus vasallos, quienes querrán defender la democracia de “nosotros” para cuando en veinte o treinta años podamos organizarnos y poner en jaque nuevamente al capitalismo. No nos olvidemos de funarlos y de desenmascararlos periódicamente, y aún más, no nos olvidemos de que esos perros no solo ladran sino que muerden. Así, ¡que la próxima revolución que sea en serio!, ya sabemos a qué nos arriesgamos si la hacemos a medias. Dejemos las empanadas y el vino tinto para el 18 de septiembre.

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