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lunes, 9 de junio de 2008

El problema es la mala educación.


Antes que Ricardo Lagos Escobar fuera ungido como “capitán planeta”, seguramente en retribución a su invaluable contribución al capitalismo trasnacional, fue presidente de la república, ministro de obras públicas y ministro de educación, que no se nos olvide. Una de sus frases memorables es “agoreros del pesimismo”, barbarismo que pasó inadvertido tanto en los medios como por sus adversarios más aún, la frase se reitera una y otra vez, y hasta nuestra presidenta la ha utilizado en discursos oficiales.



En la misma época alguien acuño el neologismo “opinólogo”, y a nadie pareció molestarle cual encontrado estaba el término con lo que se quería expresar: Se le llama opinólogo a alguien que opina sobre cualquier tema irrelevante en forma compulsiva y careciendo de fundamentos; se trata de una opinión liviana, no necesariamente argumentativa, de alguien profesionalmente neófito; de una agresión verbal continua, abusiva de la libertad de expresión, y que inclusive la reduce al absurdo. Un opinólogo, según los que usan y abusan del término, no es quien sabe o estudia la opinión - si es que queremos darle algún sentido - sino aquel incontinente verbal dedicado a lo que los mapuches llamaban cahuín y los chilenos pelambre. Si con algún término aparentemente elegante podríamos denominar a los profesionales de la opinión trivial, mística y no fundamentada es el de opinofilo. Aunque me parezca grande ese término al menos se acerca a lo que se quiere decir, del mismo modo que el actual no tiene ninguna relación salvo el que se haya institucionalizado gracias a la mala educación de periodistas y de los consumidores de los productos ofrecidos por estos, a quienes no les importó la imposición del neologismo ni recabaron en el barbarismo.



En el muro de muchos liceos santiaguinos se reza el eslogan “keremos huna mejol edukazión”. Se trata de la quinta esencia del humor negro puesto que los jóvenes reconocen que se les ofrece una educación deplorable y sin embargo la mayoría descansa en que se les debe escuchar a ellos, los mal educados confesos, para reformarla.



En el otro lado de la mesa se encuentra la flamante ministra que sostiene regulares pláticas con cristo, integra el directorio de paz ciudadana – una nefasta institución destinada a tiempo completo a la mala educación1 – y gobernó una prestigiosa casa de estudios superiores; sin embargo, haciendo gala de su mala educación en otros asuntos, se enemistó al asumir con el poderoso gremio de los profesores, con los estudiantes y con los políticos de su propio sector.



Cuando ingresé a la universidad mi mayor temor fue el de enfrentarme en mi calidad de egresado de una escuelita numerada con aquellos que provenían de los mejores colegios del país que por lo general sus padres pagaron mensualidades más caras que los privativos aranceles universitarios. Sin embargo la diferencia de formación nunca fue un factor determinante; sí el modo en que se relacionaban, su disciplina y sus “contactos”. El problema de la mala educación es generalizado; los mejores alumnos de los mejores colegios no saben pensar y eso es lo que explica que cuando les toca gobernar sólo recurran a sus antiguos apuntes implementando las mismas fórmulas que fracasan una y otra vez. Su éxito es directamente proporcional a su disposición a cumplir ordenes y eso genera muy buenos burócratas pero no la masa crítica que requiere un país que pretende ser desarrollado.



¿El país que tenemos es producto de una élite que decidió entre cuatro paredes que seríamos extractores de materias primas y consumidores compulsivos de productos foráneos o sencillamente todo ocurre por la precariedad intelectual de la propia élite, que es transversal pero reproducida desde arriba por ésta? Es una cuestión complicada pero cualquiera sea la respuesta hace imposible implementar una buena educación: Si se trata de un complot de la élite se la debe derrotar políticamente, y militarmente, para forzarla a implementar una nueva economía que pretenda incluir a todos en un proyecto de desarrollo nacionalista; pero si el problema es la mala educación de la propia élite ninguna posibilidad existe salvo que queramos ser iluminados a la fuerza por alguna potencia foránea.



Manuel Guerrero, una persona bien intencionada, y bien educada, ha escrito una columna que pone de manifiesto mucho de lo aquí señalado: La educación es vista como un capítulo más en un libro de cocina y se menciona detalladamente qué reivindicar formalmente pero sin explicar qué se encuentra en disputa. Se trata del habitual panfleto destinado a compilar firmas en el dorso que supone que el suscriptor es un consumidor pasivo de estos productos y quiere obtener su absolución política mediante un movimiento de muñeca, un ejercicio de ciudadanía fast food. Si hablamos de democracia, así opinófilamente, sin considerar primero de qué modo podemos sustentar el gobierno de todos incluyendo a los malos educados, y luego les entregamos un recetario sobre qué reivindicar asumiendo que no están capacitados para pensarlo por sí mismos; es por una parte un acto de clientelísmo intelectual y por la otra de demagogia. Si asumimos que hay una crisis en la educación porque a los pobres no se los dota de las competencias básicas para competir en el mundo de hoy no podemos convocarlos a ellos mismos como interlocutores válidos ya que hemos asumido desde el principio que son incompetentes. Se trataría de un problema de la élite y lo primero que se debe definir es si ésta está dispuesta a revolver el gallinero lo suficiente como para que chile sea una potencia del siglo XXI en vez que la eterna promesa del siglo XX. Si la élite no está dispuesta deberemos crear el modo de forzarla a hacerlo pero en ningún caso podemos apelar a lo popular, asumido como mal educado, para que se procure la educación por sí mismos, puesto que aunque se destinen ingentes recursos no se hará otra cosa que más de lo mismo.



Existen alumnos y profesores, lobbistas y dirigentes, ministros y ex presidentes mal educados. En sus manos está el destino de nuestra patria. Al menos los estudiantes asumen su condición; pero los ahora convocados a tomar las decisiones son los peores malos educados: los que no se asumen como tales. ¿Cómo ser optimista, pájaro de buen agüero, ante ese panorama?



Un opinófilo marginal, autodidacta pero responsable, debe sentirse también un esclavo de los hechos puesto que es el único modo de luchar contra la mala educación. Cada vez que buscamos confundir, cada vez que capturamos adherencias fáciles, aunque digamos que lo hacemos por el bien de todos nos servimos de algunos, les negamos los conocimientos, los castigamos, los oprimimos. Eso nos convierte no sólo en malos educados sino que también en malos educadores.

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1Ricardo Lagos en su campaña presidencial declaró que el firmaba todo lo que escribiera paz ciudadana. En esa fundación también participaron activamente otros personajes relevantes en el tema educativo: el ex ministro de educación Sergio Bitar y el autodenominado sociólogo José Joaquín Bruner. La actual subsecretaria de carabineros fue directora de estudios de paz ciudadana. La fundación paz ciudadana fue constituida por el dueño del Mercurio Agustín Edwards después que su hijo fuera secuestrado; su finalidad fue desde el principio influir en la opinión pública para que esta demandara mayor control y represión al estado mediante campañas de insegurización. Ver “La Guerra y la Paz Ciudadana”, Marcela Ramos, LOM; Jorge Ojeda Frex, La Jihad de Occidente; Criminalización de Tercera Vía, Ariel Zúñiga.

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