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viernes, 13 de junio de 2008

(Maipú 22 de Junio de 2008)


De regreso.

Todo era tan simple,

reencontrarse, adentrarse en uno mismo.

El largo camino de vuelta,

a la niñez, a lo sencillo.


Tantas sonrisas condescendientes en el éxito,

y las miradas lastimeras en el fracaso.

La larga lista de los que siempre sobran,

de quienes no son y aún así traicionan.


De regreso, las miradas regordetas de los niños,

aquellos que fuimos, aquellos que somos.

Todo estaba tan claro,

pero había que recorrer el mundo para aceptarlo.


El largo camino hacia lo que fuimos,

de regreso, a mi barrio, a los míos.

Todo era tan simple,

pero había que verlo todo,

probarlo todo,

sentir lo todo,

para estar tranquilo con sólo ser

lo sido.


Me abrazo y recupero el calor perdido,

de tanto dar a quienes no precisan,

ni sienten ni comprenden.

De dar lo que no se precisa,

lo que no se siente ni comprende.


Desde aquí, desde mi probeta,

junto unos palos y construyo edificios.

Juego, como un niño,

sólo para entretenerme,

sólo para perder el tiempo,

como si alguien hubiera inventado el modo de ganarlo,

como si alguien hubiera inventado el modo de ganar.


De regreso, comprendo:

Había que vivirlo todo para quedarse con el comienzo.


Bis.

Me dijiste “estás cambiado”,
por cierto, son veinte años.
El pelo crece y el derrotero...

Pero con otros todo fue distinto,
nos abrazamos, no dijimos nada.
Nos miramos a los ojos y lo sabíamos:
éramos los mismos.

Con las ganadas y las perdidas,
aquellos a quienes no les conociste la primera polola,
sus hijos,
sus sufrimientos.
Abrazados y silentes,
satisfechos con sólo verse.

¿Qué podríamos conversar?
¿Que es uno a los ocho años?

Podríamos haber mentido,
haber hablado por los codos de los que no pudieron llegar,
de los que quedaron en la vera del camino,
de los que se tragó la tierra,
la inclemencia de los tiempos,
la fragilidad del ser humano.

Pero ese abrazo silente era suficiente,
sé que en veinte años podré verlos y seremos los mismos.
Con más ganadas y más perdidas,
con divorcios, muertes y...

la inclemencia del tiempo,
de los tiempos,
del ser humano.

Forjados en un crisol gris y amargo,
dictatorial, mísero.
Muchos conservamos la sonrisa,
la hidalguía,
el brillo en los ojos de la travesura descubierta.

Recordé que fui niño, y que fue más bello de lo que el balance propio arrojaba.
Creía en mi memoria paquidérmica,
y cada uno me habló de lo olvidado.

Entrañables, nuevamente sentados en el asiento trasero.
En el borde,
lo que somos, lo que fuimos.
El camino dispersó nuestras ingenuidades
y ya no estuvimos ahí, para contenerlas.

Las mezquindades aún nos separan,
y seguirá siendo:
El tamiz de la fortuna captura a unos y el de la honestidad a otros.

Sé que en veinte años sólo querrás hacer lo mismo que anoche,
sólo abrazarme, sólo mirarme.
Porque no valen las palabras ni las escusas,
eras tu, con los mocos colgando,
con un pan con mantequilla en la mano,
con una pelota plástica embarrada.

Eras tu, el mismo.


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