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jueves, 30 de octubre de 2008






Táctica electoral sin estrategia emancipatoria

Las alianzas gobernantes se han esmerado en explicar los resultados de las elecciones municipales celebradas ayer, veintiséis de octubre de dos mil ocho, recurriendo a la majadería contable. Pero el único guarismo que no se presenta es el que explica todo de forma más elocuente: Más del cincuenta por ciento más uno de los chilenos mayores de dieciocho años no expresó su voluntad conforme hacia ninguno de los candidatos.

Los votos nulos y blancos fueron escasos, aunque el mismo subsecretario Harboe llamó la atención sobre su extenso número durante la presentación de los cómputos. Tres millones de personas inscritas en los registros electorales no se presentaron a su lugar de votación y colapsaron las comisarias dejando constancia de la excusa esgrimida para no hacerlo. Sólo cinco millones de chilenos asistieron a los locales de votación de los cuales el noventa por ciento emitió válidamente su sufragio. Pero la población nacional que habita dentro del territorio es superior a los dieciséis millones y nuestros bajos índices de natalidad no concentran la población en los niños y adolescentes como en áfrica o centroamérica sino que en los adultos. La población envejece y el padrón electoral también, para estas elecciones por ejemplo más electores murieron que nuevos se registraron. Si desde 1970 la población nacional aumentó en un sesenta por ciento los electores a penas lo han hecho en un veinte por ciento, pese a que en aquellos tiempos se debía tener veintiún años para sufragar.

La fórmula para que esta apatía generalizada no afecte la legitimidad del sistema ha obligado a que se conserve la obligatoriedad del voto pero los tres millones, más los votos nulos y blancos, de quienes no cumplieron con su deber pese a estar inscritos, y ser amenazados con multas superiores a ciento cincuenta dólares, demuestra que la apatía ya linda en el desacato.

Se propusieron tres medidas para aumentar la participación electoral: La inscripción automática, el voto voluntario y la participación de los chilenos que habitan en el extranjero. Además se ha eludido la votación electrónica y la modernización del servicio electoral lo que es coherente con la lógica de dejar todo tal cual está pues cualquier cambio podría perjudicar a los actuales gobernantes.

La inscripción automática y voto voluntario son medidas muy fáciles de implementar si es que se celebrara una votación electrónica. Alguien podría decir, y con mucha razón, que la informatización podría traer problemas hasta ahora inexistentes a propósito de los nefastos precedentes de SONDA: La cédula de identidad imposible de falsificar pero que ya se la adulteraba con frecuencia desde una semana de su debut y el conocidísimo Transantiago. Obviando estos precedentes y las tesis conspiparanoicas lo cierto es que los sistemas digitales funcionan en todo el mundo y hasta en Chile; el Servicio Nacional de Impuestos Internos es un claro ejemplo en ese sentido.

Pero tales iniciativas fueron desechadas porque todos los participantes en las elecciones saben muy bien quienes son sus electores y donde viven, por ejemplo la empresa GMA vinculada a la UDI, confeccionaba mapas en donde se situaba a los electores y eso le permitía a los municipios saber a quienes se le sacaba la basura y a quienes no. Revolver el río es perjudicial para todos hasta para los comunistas que deberían lidiar con grupos más a la izquierda del dial que ellos.

Los chilenos en el extranjero presentan otras particularidades. Por una parte las numerosas colonias en Australia, Venezuela y Suecia, compuestas en gran mayoría por emigrantes económicos de los setenta y ochenta, pero que sin embargo actúan cual exiliados políticos siendo hasta la fecha furibundos antipinochetistas obstante el deceso del general. Colonias numerosas también encontramos en España y Argentina pero en estas últimas no tenemos la parcialidad ideológica de las anteriores. Las alianzas gobernantes saben que la poca participación de los chilenos dentro de Chile puede hacer decisiva la intervención de los que viven afuera máxime si en las colonias más numerosas se votara por Guillermo Tellier o Tomás Hirch en forma mayoritaria. Esas candidaturas testimoniales podrían redundar en gobiernos imprevistos tanto para las élites como para nosotros, y para los candidatos mismos, lo que alteraría la situación política y económica nacional en forma repentina sin que los vecinos de Gotemburgo deban sufrir ninguna de sus perniciosas consecuencias. Con colonias tan radicalizadas es obvio que el sufragio del chileno en el exterior es un tema muy diferente que para los Uruguayos o Argentinos.

El perfil del elector, y hacia donde apuntan todos los candidatos aunque se digan de izquierda, es a una mujer mayor de cincuenta años con una educación básica, y que toma sus decisiones de acuerdo a los mensajes que le exhiben los medios de comunicación de masas. Su participación política se reduce a su familia y a sus pares; a medida que aumentan los años también su asociatividad que vuelca en clubes de adulto mayor, juntas de vecinos y comités de seguridad ciudadana. La respuesta a la falta de ideas, de discusión de fondo, y hasta de aceptación a su ideario político de los candidatos en nuestra última elección, se encuentra en la moderación patológica del electorado. Una generación que sufrió con las divisiones del pasado y que no está dispuesta a ningún avance pues sabe que cada uno de ellos tiene inevitables costos.

Los jóvenes por su parte, aquellos de los que tanto se habla y se sostienen todas las esperanzas, luchan por su salvación individual arriesgando todo y sin importarle mucho la suerte de los demás. En dicha lógica los políticos son exitosos, al igual que los empresarios, a quienes se puede admirar por su talento para salvarse individualmente y a costa de todos pero eso no significa que uno vaya a asolearse o hacer fila para elegir a uno de ellos pues son todos iguales.

Todo indica que la participación electoral seguirá cuesta abajo en la rodada y eso obviamente afectará el modo de legitimar las decisiones política tal cual se ha hecho en los últimos veinte años. Pero eso es muy distinto a creer que el sistema colapsará por falta de participación pues se trata de una condición deseable más no necesaria. Los EE.UU han demostrado que se puede gobernar sin contratiempos, y decirse democráticos, en un lugar en donde sólo una minoría toma las decisiones y una pequeña fracción participa electoralmente.

Que las alianzas gobernantes recurrieran a la fotografía digitalmente alterada, a las frases sin contenido y a las fotos con recién nacidos no es ninguna novedad, tampoco la apelación al clientelismo y hasta del cohecho, el problema está en quienes dicen estar en contra del “modelo” y se prestan para la misma ordalía a propósito que deben convencer al mismo electorado.

El fracaso de la izquierda ha sido en las últimas elecciones el no convocar a nuevos izquierdistas para que se sumen a un proyecto coherente en el cual la opción de inscribirse en los registros electorales no sea vista como una concesión sino como parte de una estrategia de mayor alcance que la mera obtención de resultados contables en un viciado mercado de popularidad.

La izquierda debe ser capaz de presentar una alternativa antes que un candidato, mientras los jóvenes de derecha se inscriben gustosos los de izquierda se quedan en la casa con el ceño fruncido y esto es en gran parte responsabilidad de quienes no hemos logrado levantar un proyecto colectivo. Lo electoral no es determinante pero puede ser relevante en la medida que sea táctica dentro de una estrategia. Hasta el momento la única propuesta de la izquierda consiste en atornillar hacia el mismo lado de la derecha pero más despacio.


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