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jueves, 18 de febrero de 2010

Sapiens vir dominabitur astris.*

Por Ariel Zúñiga Núñez


Cada uno de nosotros, y al mismo tiempo todos a la vez, yacemos en los confines de un laberinto. La limitada percepción de la mayoría los hace comprender este asunto como exclusivamente propio, se trataría de un defecto, de una limitación a superar o de la cual resignarse. La fe en insondables estepas ultraterrenales los haría olvidar la claustrofóbica realidad intralaberíntica pero a lo más consiguen ser esquilmados, al tiempo que arreados al precipicio, o constituir una mutual, una colectividad de sujetos existencialmente vacíos que en la aglomeración obtienen el sucedáneo a su individual desdicha.

El agobio de vernos arrojados a la vida sin comprender en lo más mínimo su sentido y sus alcances, el estupor de ver pisoteados a cotidiano los valores que nos haría diversos a otras bestias que cazamos o reproducimos artificialmente para comerlas, la impotencia de la futilidad de todos los empeños, la frivolidad de las alternativas sobre la mesa hacen de la vida consciente una lenta y tormentosa muerte flotando en un cáustico caldo.

Cada quién haya explorado los rincones en que estamos situados se ha convencido que no existen salidas individuales ni atajos, que las estampidas sólo incrementan el dolor así como los falsos positivos de las soluciones místicas y parciales. El ser humano ha de hacerse cargo de sí mismo, de su desamparo, pero es muy difícil conseguirlo en la angustia del encierro, en un laberinto que pronto vemos como una ratonera.

El progreso nos haría reyes, hoy sabemos que es una salida parcial, otro camino falso al que seguimos encandilados tomados de las manos, a la izquierda y a la derecha. Desde aquí y a simple vista, no es preciso trepar una atalaya, vislumbramos que el camino del crecimiento económico culmina en un precipicio y que en su fondo habitan las bestias que antes poblaban tras el horizonte oceánico.

Sin respuestas, sin siquiera preguntas atinentes, aquellos que disponen del estómago lleno y unas cuantas palabras en la punta de la lengua, se esmeran en convencer a los demás, en “conscientizarlos”, en abducirlos emocionalmente para que aporten guarismos a los mezquinos cálculos actuariales movimentarios ¿Quiénes son ustedes? ¿Cuántos? Asuntos de “capital relevancia”, cómo si de algo sirviese en tiempos en que vagamos sin rumbo por un laberinto. Guías de utilería, que ni siquiera se preocupan de registrar en un mapa los sitios que la humanidad ha visitado en su enrancia, al menos para saber a ciencia cierta cuáles no son las salidas.

Están los que vagan arreados, los que apacentan, los que rumian, los que guían hacia los precipicios o a nuevos escapes sin destino, los que huyen de sí y de todos, y atropellan e incomodan a los pocos que buscan una salida. Puesto que es la humanidad la que se encuentra cautiva cada uno de los ínfimos porfiados que buscan una salida planifican y cavan túneles en donde quepan todos los demás, ninguna solución, por brillante que sea, soportaría escuchar los gritos de desesperación de los recluidos tras los murallones.

Seamos claros, en el laberinto padecemos todos, algunos se resignan a la fatalidad y lo aceptan como la vida misma, tratando que los garbanzos alimenten a la mayor cantidad, que los poderosos nos defiendan de los inconformes y de nuestras propias dudas y “debilidades”, en fin, de nosotros mismos.

Me niego aceptar que la consciencia se radique o se concentre estadísticamente en la izquierda, el aceptar el mundo tal como es no es ignorancia ni insensatez, muchas veces es lo que va quedando. La cobardía de no liberarnos destapando nuestros sesos con una carga de plomo nos condena a sobrevivir la infamia de la vida cotidiana carente de gloria y vitalidad.

Dos o tres que registran nuestra fuga con marcas en el mapa, ininteligibles garabatos que quizá alguien en el futuro, póstumamente, comprenda parcialmente, para agobiar con más datos, con un acervo aún más vasto sobre la comprensión de lo incomprendido, un amargo bocado para dimensionar con renovado vértigo lo inconmensurable de nuestra ignorancia.

Algunos jóvenes, aquellos que algún día fuimos, barnizarán con sangre de sus puños las puertas que golpeen exigiendo respuestas, horadando muros con uñas y dientes, fracturando el granito con sus sienes aún frágiles. Sólo en ellos y en nosotros estará la salida, entre los que busquen desesperadamente, azarosamente, venalmente la luz al final del túnel y entre quienes nos sentamos a pensar, a traducir los mapas de otros, confeccionar los propios.

La continuación de la sempiterna labor de buscar el escape nos hace estar en el mismo bando que los inconformistas hormonales, es decir, contra los que apacentan, gobiernan el éxodo, o más bien la enrancia, y además de quienes quieren comandar las salidas falsas. Si esto fuera poco somos mirados con sospecha también por los que luchan con actos materiales, por aquellos que dudan inclusive si hacemos algo o no.

Y es la angustia de los muchos lo que hace que la humanidad se sirva cada un tanto a uno de nosotros, los pocos, los escasos, los insustituibles, y beban con frenesí la sangre borboteando por la piedra ceremonial. Nadie nos echa de menos hasta que es demasiado tarde, hasta que los comandantes y gobernantes ordenan exequias públicas y retroactivos reconocimientos.

Estéril vida, estéril muerte, algún día se abrirá la salida al primer destello de luz de un nuevo amanecer. Será el ocaso de los gobernantes, de los sacerdotes, de los comandantes, de los caciques, y también de nuestra estirpe, de los intelectuales a la fuerza, de aquellos que energizamos nuestras sinapsis con dolor depurado y en eterna destilación.

Será el fin de los que buscamos la salida pues ya la tendremos. Ya no existirá el titánico dolor que nos ha signado, será un mundo sin dioses, ni ídolos, ni espíritus. Seremos libres pues nos gobernaremos a nosotros mismos.

* La sabiduría vence el dominio de los astros.



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1 comentarios:

rodrigodifuso dijo...

Que bella y verdadera constatacion psicogeografica. Gracias nuevamente compañero.

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