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miércoles, 8 de diciembre de 2010

Por elías hienam


Diez portazos por minuto en las manzanas que nos rodean, mientras caminamos, por San Miguel. Portazos y gente corriendo que llora desconsolada, abrazos. Los pastores que guían oraciones con las manos en alto y a todo sol, parecen ser los únicos cuerdos en medio de la incomprensible vorágine policial de órdenes, contraórdenes y desconcierto.

Ochenta y un víctimas fatales -correspondientes al cuarto piso de la torre 5 sur, habitada por reos primerizos rematados sin derecho a beneficio [1]-, explican el desconsuelo de las más de mil personas que se agolpan en Ureta Cox con San Francisco.

Como el sector incendiado da a la calle, decido ir a dar una vuelta antes de meterme en el perímetro acordonado para las autoridades y la prensa. Toda la vida me ha impresionado la relación a grito pelado entre los presos en sus ventanas con sus parientes junto a la reja.

A este precario sistema de comunicación, se suma la desesperación ante la escasa información de la que se dispone. Algunos presos sacan sus brazos y saludan. Al menos dos familias sienten alivio con un sólo saludo que responde a la polifonía callejera.

El audio de esos gritos debiera estar en las radios y no los lamentos, explicaciones y respuestas de las autoridades. ¿qué se le puede decir a la madre de un joven privado de libertad, bajo custodia de los gendarmes, que no sabe si su hijo está muerto?

Los funcionarios de la ANFUP hablan del hacinamiento, los detectives, encargados de la identificación de los cuerpos calcinados saludan con cara de espanto a sus colegas que les ofrecen agua. El presidente anuncia cárceles modulares, los diputados comunistas dicen que esto es por culpa de la alta tasa de encarcelamiento, el ministro Morandé se retira en el mismo zorrillo que luego trajo a los honorables, la encargada de prensa anuncia puntos de la misma cada una hora.

Un funcionario del penal sale con una lista y anuncia a los que están vivos, a los que quedaron de la torre cinco sur, la lista de los fallecidos se desprende por ausencia aunque llaman a no perder las esperanzas, pues al parecer hay otros cinco reos en la guardia.

Luego de la lectura de la lista (a través del parlante de un chanchito de tierra o cuca policial), la desesperación se hace evidente e incluso se insinúan algunas escaramuzas, pero el horno no está para bollos, la gente no sabe a quien responsabilizar, contra quien tomársela y mantiene el compás de espera.

Pobreza y dolor junto a la plaza Madeco, pobreza y hacinamiento al interior de los penales, helicópteros, sirenas, ambulancias y vehículos del SML listos para llevarse los cuerpos mientras aparecen los rostros ancla de los canales: Nuñez y Repening por ahora, el resto debe venir el camino, hasta viene el presidente, pobreza.

Poco a poco, los parlantes comienzan a llamar a los familiares de aquellos reos que fallecieron por asfixia y no calcinados, que son los únicos identificables.

A medida que entran a reconocer los cuerpos y salen con el rostro desencajado, los colegas de la prensa sangrienta no trepidan en poner sus micrófonos infectos en el rostro de los deudos que achinados hablan de la vida de sus muertos. “Íbamos a tener una casa, le faltaba poquito pa' cumplir la condena”, escenas de intenso dolor, rematan los colegas al unísono.


Notas.


[1] Fuente: Oscar Martínez de la Asociación Nacional de Funcionarios Penitenciarios (ANFUP),




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1 comentarios:

Anónimo dijo...

La ANFUP defiende, claro, a los suyos, señalándose héroes. Y sin embargo, es su palabra contra la de los presidiarios, quienes alegan negligencia, y ensañamiento, y no es de extrañar si consideramos que el mito dice que el Gendarme es funcional a la cultura dentro de la cárcel -esto de la autocomposición, el castigo mayor a los culpables de ciertos delitos, delitos que sólo un gendarme puede filtrar -entonces no comprendo como los Gendarmes, que por mucho que sean mal pagados, se vengan a hacer los santurrones si también les encanta ver personas sufrir tras las rejas.

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