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lunes, 3 de enero de 2011

...otros son culpables de antemano y para siempre.
Por Ariel Zúñiga Núñez.

Mauricio Redolés, fiel a su estilo timorato y cándido disfrazado de puntudo y adolescente, en su última crónica en “El Ciudadano” se refiere a cómo fue golpeado frente a testigos por un taxista, a quién logró identificar, y sin embargo el proceso judicial fue archivado. El poeta-cantante habla en primera persona de una situación por todos conocida: Pese a que el sistema penal se haya endurecido exponencialmente en los últimos veinte años de todos modos la impunidad de los pobres se ha mantenido.
Nuestras policías, jueces, fiscales y periodistas de crónica roja se dedican, casi exclusivamente, a encarcelar pobres, el resto del tiempo lo dedican a tareas administrativas.
Ser víctima de un delito, por regla general nos conduce a ser agraviado por las insulsas explicaciones de los policías y los fiscales y a la pérdida de mucho tiempo, dinero y finalmente de toda esperanza. Ser víctima de un delito perpetrado por los policías y fiscales (los cuales ya sólo se distinguen entre sí por el uniforme) nos arroja a un mundo descrito por Kafka en que no solamente es imperativo probar la inocencia sino que además se le debe dar públicos agradecimientos a los torturadores.
Esta mañana tuve que asistir a un palacio atiborrado de delincuentes de poca monta vestidos de terno y encorbatados. Algunos de ellos son pobres diablos explotados por grandes y pequeños estudios jurídicos, uno que otro es un cabizbajo defensorcillo precarizado por un apitutado que regenta una defensoría licitada. El resto son prepotentes fiscales que desfilan escoltados por gorilas jubilados de la DINA que enjuagan cada mañana sus infestos hocicos viperinos con perfume francés. Estos últimos, sicarios intelectuales de nuestro estado policial, son los que más ganan con el delito en Chile después de los dueños de los grandes estudios jurídicos dedicados al mega tráfico de influencias o al infame Espinita y sus ojeras que recibe dieta de senador. Los fiscales tienen sueldos más elevados que los periodistas montajuicios, como Sutherland y otros tantos, y que los policías que deben recibir las chuchadas que tan generosamente cultivan.
Para todos los demás el crimen paga muy poco o nada, empezando por los presos que de tanto en tanto se los calcina encerrados en un tétrico ritual.
Cautivo en Til Til.
Fui a los tribunales a oír en vivo y en directo las mentiras y cantifladas de Pablo Sabag, Sebastián Dal Pozzo y del juez Juan Carlos Opazo para negarle la absolución a Saif Khan. Para los tres eximios jurinconsultos en Chile rige la presunción de inocencia pero no para Saif Ul Reman Khan. (en la universidad me perdí la clase en que nos enseñaron la letra chica de la constitución política)
De tanto en tanto alguien me pregunta, la más de las veces con un tono de reproche, de porqué no me he titulado de abogado. Por lo general no les doy ninguna respuesta.
Sería mentira afirmar que es por el asco que me daría que miles que asquerosas alimañas me llamen colega o que muchos no abogados, es decir seres humanos, crean que soy alguien que me alimento de la sangre de los niños y del dinero de los mendigos.
La verdad es que lo único que se opone seriamente a mi titulación es mi mal carácter y mi anacrónico sentido de la justicia.
Mal carácter porque en pútridas cloacas llamadas escuelas de derecho, a las cuales cariñosamente llamo de tanto en vez escuelas de derecha, se considera normal que algunos abusen y otros sean abusados. El tráfico de influencias es algo tan normal como el tráfico de medicamentos entre la comunidad médica y las hemorroides entre los ciclistas.
Sólo alguien con mal carácter, como yo, podría ocurrírsele molestarse porque lo pasen a llevar cuando se está ad portas de que se le dé una licencia vitalicia para abusar a otros.
Debe ser por mi anacrónico sentido de la justicia, o del honor; de la ingenuidad, o más bien agueonamiento, suelen hablar los peladores.
Para ser abogado se debe, necesariamente, pasar por un consultorio de la Corporación de Asistencia Judicial, nefasta institución que ocupa el lugar del sifón de nuestro sistema judicial y, que por lo tanto, allí se acumula toda la mierda que se va por el caño. Los peores y más mediocres abogados ocupan los cargos, y por seis meses tienen de esclavos a los egresados de derecho que por lo general saben más que sus “jefes” que hacen al mismo tiempo el trabajo nominal de abogados jefes y profesores.
Para hacer corto el cuento diré que fui asignado al consultorio de Til Til en donde desde un comienzo se me hostigó por hacer demasiado bien mi trabajo. A fin de cuentas sólo cumplía la ley debido a que detrás de las ochenta y tantas causas que me asignaron habían personas pobres que necesitaban de un abogado tanto y más que un extenuado naufrago a un flotador.
Sin embargo a los pelotudos que se decían jefes esto era lo último que les importaba. Su tiempo, el fiscal, lo dedicaban a sus propios asuntos y juzgaban a los practicantes según qué tan seguido, profundo y sincopado le mamaban el miembro.
Cuando encontraron un mínimo error en mi trabajo, errores que cada practicante comete a lo menos tres veces por semestre, hicieron un escándalo propio de los tiempos de la inquisición. Como no me amilané buscaron hasta el último día el modo de tumbarme a zancadillas sin conseguirlo.
Fue tanta la mala leche que incapaces de darme en persona la mala noticia de que habían reprobado mi práctica, en vez que aprobarla con honores, falsificaron mi firma para evitar que los confrontara.
En retrospectiva pienso que esto último fue lo único inteligente que estos pelotudos harán en su vida. De haberme dicho en mi cara que a pesar de todo reprobarían mi práctica de puro hijodeputas que son les habría pegado combos, patadas y cabezazos hasta que me desalojaran los orangutanes del GOPE. Feliz me habría ido preso y me habría importado un carajo el típico sermoneo de los buitres que caminan encorbatados quienes se pelean el micrófono para decirme “Ariel no deberías haber hecho eso, deberías haber sido más paciente, un poco más tolerante, quizá no hiciste lo correcto.”
Al diablo y más allá todos ellos, más allá. Se merecen sus pálidas y neuróticas vidas. Antes prefiero pelear como flaite, y a perdedor, que comerme el pico que ellos saborean diariamente.
El caso es que me querellé en contra de Eduardo Diaz Zambrano y José Briones, los abogados de Til Til, por haberme falsificado la firma. Ellos confesaron, sin que nadie se lo pidiera, demostrando, una vez más, su antológica incompetencia. Además, la policía de investigaciones confirmó mediante peritajes mis afirmaciones.
¿Qué pasó con Zambrano y Briones? Siguen tranquilamente de abogados cagando quizá a quién y seguramente recibiendo sueldo fiscal. Tal cual la mayoría de los abusadores gozan de las bondades de nuestro asilo contra la justicia, en libertad y sin que nadie les diga nada. Es un caso típico de impunidad. Personas de su ralea en este país gozan del derecho – o más bien privilegio- de ser tenidos por inocentes aunque se demuestre fehacientemente lo contrario.
En cambio Saif Khan, ciudadano paquistaní con quién la fiscalía y el gobierno han trapeado el piso sin que exista ni el más delirante reproche en su contra son tratados como culpables de antemano y de forma indefinida.
Que se haga justicia y se caiga el cielo dije una vez y el cielo quedó donde mismo y yo sin titularme. Redolés se ganó un ojo morado solamente, debería pegarse con una piedra en el pecho.



Audiencia completa y reacciones en la siguiente lista de reproducción:



O busque en el enlace directo:

http://www.youtube.com/view_play_list?p=320ACB7757DC8780

O escúchelo en podcaster desde el reproductor...

o descárguelo en este enlace directo.
http://podcaster.cl/download?id=36636

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