pestañas

Bastará un tenue fulgor para iluminar las tinieblas.

Volver al Inicio

Aumentar Reducir

Tamaño de Letra

Entradas Antiguas

domingo, 5 de abril de 2009

La vida de unos vale mucho menos que la muerte de otros.




Este es un país tan injusto que no sólo las vidas no valen lo mismo, también las muertes.

Las muertes de Diego Smitt-hebbel, de las adolescentes accidentadas en la primera región durante su viaje de estudio, y de Felipe Cruzat importan mucho más, quizá demasiado, que las miles de tragedias que toleramos a cotidiano.

No se trata tan sólo de la prensa buscando una historia sino de los caballeros feudales del país, trasvestidos en políticos, empresarios, militares y eclesiásticos que hacen valer su dolor privado como nacional. En todos estos casos las “autoridades” han asistido a las ceremonias fúnebres y han llamado a conferencias de prensa para mostrarse condolidos.

Sin embargo si una bala perdida, o quizá dolosamente dirigida, impacta a una niña de inmediato se dice: “y qué tenía que hacer esta cabra de miéchica a las once de la noche en la calle”.

Hace dos años una lactante murió en Peñalolén intoxicada con las bombas lacrimógenas; hace uno a un joven se lo dejó morir por carabineros que hoy no han sido siquiera amonestados. Dichas tragedias pasaron inadvertidas y a sus padres nadie les brindó alguna instancia para que dieran rienda suelta a su dolor contenido.

Aún más, el caso de la menor que perdió uno de sus ojos constituye el paradigma del clasismo, del autoritarismo y del actuar connivente de la prensa, el gobierno y las fuerzas represivas.

Los carabineros cuando ingresan a una “población” lo hacen disparando y la prensa sólo va allí detrás de ellos, como corresponsales de la CNN en Basora. Del mismo modo que clasifican los periodistas los asentamientos humanos, y los humanos que lo contienen: población, villa, condominio, barrio, poblador, vecino y lugareño; de antemano reparten la culpabilidad de cada uno dependiendo si se trata de un vecino dentro de una población, o un carabinero, o un poblador en Santa María de Manquehue.

Por lo tanto a nadie le molestó el que la niña que recibió un disparo, lo hiciera como un justo escarmiento a sus padres, irresponsables, seguramente cautivos del flagelo de la droga y la promiscuidad, que la dejaban circular por la calle con entera libertad como si se tratara éste de un país libre.

Las desafortunadas palabras de las autoridades de Carabineros obligaron a que pidieran disculpas en persona y que relaciones publicas de la institución le obsequiara a la niña un perro de peluche, que literalmente vale un ojo de la cara. Quizá se trate de uno de los Don Graf sobrantes de las campañas de insegurización de los noventa o un perro espía, con grabadora y GPS.

Lo relevante es que los padres no se creyeron las disculpas improvisadas ni las lágrimas de cocodrilo; seguirán adelante en sus acciones judiciales. Pero el caso va a dormir el sueño de los justos en la justicia militar mientras en su “población” aún reverberan los disparos de “un amigo en su camino”, dirigidos contra civiles como si estuviéramos en guerra. Tanto así que la justificación ha sido que se trata de un “daño colateral” en una justa lucha contra los desórdenes públicos. Sus compañeros de armas de los tribunales militares serán los autorizados para reconstruir la verdad procesal es decir, para juzgar qué tan fácil fue el gatillo. Este sólo hecho ya es indignante en sí mismo maxime cuando la impunidad es la regla para los uniformados y las penas del infierno para los demás. La justicia es tan sólo una palabra con la que se intenta limpiar una infinidad de atropellos en contra de los desvalidos.

En Pudahuel sur, el domicilio de la nueva víctima, hace un par de años un carabinero de franco mató a un niño a sangre fría por molestar a su hijo por lo que fue condenado a una pena similar si hubiese disparado en contra del perro de su vecino. Un año después un carabinero fue la víctima, en la misma “población”; el presunto autor se pudre en la cárcel.

Este caso terminará en el olvido mucho antes que concluya un juicio eterno sin que se establezcan responsabilidades, tal cual como con Matias Catrileo. Un perro de peluche, unas disculpas privadas de malas ganas y colorin colorado este cuento se ha acabado.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Deje su comentario o sugerencia, aunque no sea una crítica. A veces basta un saludo.
Vea los comentarios anteriores.

Otras Webs

Banner Fesal

Contador de visitas

Seguidores