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viernes, 9 de mayo de 2008

Me sorprende la facilidad con la cual se olvidan ciertas cosas y la dificultad con la cual se olvidan otras. En Chile gracias a eso perseveran las asociaciones erradas configuradas en dictadura al fragor del momento, destinadas a unificar a todos en contra de un enemigo, destinadas sólo a la táctica antipinochetista. Era tal la ignorancia producida por el severo control de la información, la quema de libros y la intervención universitaria, que los chilenos vivíamos en una isla en que unos adquirían sin vacilaciones la burda campaña oficialista o la precaria formación política de los opositores. Esa situación no ha variado mucho desde entonces pese a la apertura informativa producida por la internet, ya que los medios masivos no han cambiado sustancialmente, y la educación pública ha empeorado. Es por eso que lo bueno y lo malo se sigue evaluando en términos dictatoriales según el lugar de la cerca en que nos encontrábamos. La muerte de Pinochet se supone que nos iba a liberar de ese marco estrecho en que nos encontrábamos y que nos tenía congelados en una discusión de guerra fría.

Los últimos eventos demuestran la persistencia de la memoria, al menos entre aquellos que no se conforman con las condiciones actuales. Nos haría un gran favor que muchos olvidaran esa monserga aprendida en dictadura, pero en el carro del "ni perdón ni olvido" se han colado varios polizontes.

En aquellos tiempos todo opositor a Pinochet era de inmediato izquierdista, allendista y hasta comunista; toda causa contraria a al dictador era propia; se ocupaba el lema de los enemigos de mis enemigos son mis amigos. El termino de la dictadura y el comienzo de la dictablanda significó muchas decepciones producto de esa ingenuidad. De todas formas aún se reproduce esa mala educación y todavía escucho con frecuencia aquellos comentarios que hablan de un mundo que nunca existió en que cualquier cura que no fuera recalcitrántemente oficialísta (o momio, según la jerga de la época) era un teólogo de la liberación. Un día alguien me decía que los vínculos creados en dictadura eran muy sólidos ya que uno le confiaba la vida a otros, esa era la fortaleza de la Concertación que no iba a destruirse hasta que murieran todos los que participaban de la lucha clandestina.

Las redes de confianza sin embargo se han debilitado. Sirvieron para instalar en el gobierno a Lagos y a Bachelet, pero la decepción ingenua ha vuelto como en los primeros años de Concertación. La muerte de Pinochet daba la oportunidad de salir al mundo y olvidar los lugares comunes polarizados, anacrónicos y absurdos: El antagonismo entre el mundo cívico y militar, el declararse apolítico, fachos y comunachos, etc. Sin embargo, aunque se hayan desusados los términos, los conceptos gozan aún de buena salud.

Para los de derecha cualquier política estatista se considera allendista y para los izquierdistas cualquier norma creada en el imperio dictatorial es apriori una injuria, contrario a los intereses del pueblo.

La lucha de los mapuches se encuentra hoy teñida de esa polaridad absurda: Se considera su reivindicación de izquierda porque los mapuches perdieron terrenos en dictadura "oficialmente" porque mediante su legislación se pudieron regularizar las ocupaciones de facto. Huincas y Mapuches perdieron terrenos, y muchos huincas hoy los siguen perdiendo, gracias a los saneamientos de títulos de la pequeña propiedad raíz. Si los mapuches sienten que fueron particularmente agraviados, o que fueron las víctimas típicas de los usurpadores, debe buscarse el modo de subsanar tal situación pero esa lucha es burguesa, huinca y nada tiene que ver con territorios sagrados. Si por otra parte los mapuches se consideran explotados por la agroindustria deben entender lo antes posible que casi todo el mundo se encuentra en la misma situación de ellos y que si buscan privilegios los obtendrán a costa de otros pobres con menos capacidad de negociación.

Para quien no lo sepa aún, Pinochet no invadió la araucanía ni repartió terrenos usurpados a sus amigos, creo normas para sanear las posesiones irregulares de terrenos, cuestión imposible de hacer mediante el código civil, y dictó otra que subsidia a quienes reforestan terrenos no aptos para el uso agrícola.

Sin esas normas es imposible comprender el desarrollo silvoagropecuario que ha experimentado el país que le permite en gran parte autobastecerse y además exportar. El daño producido al medio ambiente va de la mano con la contención de la desertificación que produjo la reforestación en terrenos antes improductivos; muy sean considerados "desiertos verdes" los bosques de eucaliptus o de pino son mejores que el desierto mismo.

Existe una clara continuidad en las políticas agrícolas por casi cincuenta años no así en materia industrial, financiera o minera. La discusión de las consecuencias de ellas nos debe llevar a un análisis profundo de cada uno de los engranajes de esta compleja máquina ya que la situación anterior a la reforma agraria es la que se vive en Brasil y Bolivia y comparandolas con la nuestra hemos avanzado mucho y a un costo - si, todo cambio tiene costo - relativamente bajo.

Quizá es hora de una última fase de la reforma agraria que aumente el valor agregado de los productos y que exija que la agroindustria pague por sus externalidades negativas de modo que terminen con los abusos laborales y ambientales. Tal cambio quizá lleve otros cincuenta años de lucha pero es una pelea que vale la pena.

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