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sábado, 27 de febrero de 2010
El terremoto que esperábamos.

Por Ariel Zúñiga Núñez


Un vaso y un par de murallas divisorias destruidas es el balance individual y parcial luego del el poderoso sismo, un terremoto, que afectó a la zona centro-sur de Chile, en donde se concentran las tres cuartas partes de la población del país.

Hasta donde se sabe las víctimas fatales son escasas, así como los daños en infraestructura, en relación al fenómeno que hemos experimentado. Se trata de un sismo comparable al de 1960, es decir, uno de los de mayor intensidad registrado en el mundo hasta la fecha. Debemos hacer los honores a nuestras instituciones, a las personas que las comandan, tantas veces criticadas en esta crónica, pues de haber fallado las inspecciones fiscales, las recepciones de obra, los permisos de edificación, los estudios de suelo, estaríamos hablando de cientos de miles de víctimas.

En Turquía, México, o para no ir más lejos, Haití, terremotos de inferior magnitud dejaron en el suelo a ciudades completas. Hasta donde sabemos, hasta ahora, sólo cuatro edificios construidos después del último terremoto (1985) han colapsado: Dos a una cuantas cuadras de mi casa, y otros dos en Concepción, a quinientos kilómetros al sur de donde escribo, Santiago, y a 95 kilómetros al sur del epicentro. Y unas cuantas obras de infraestructura vial han sufrido daños severos.

Los derrumbes en Maipú son debido a la corrupción, alguien compró esos derechos de edificación a alguien, lo más probable es que el caso quede en la impunidad. Lo que debemos resaltar es que ha sido un caso excepcional.

Como digo, nada importante en consideración a la potencia del sismo, en cualquier otro lugar del mundo habría matado a la mitad de población, un porcentaje enorme debido tan sólo al pánico. Es que nuestro país es sísmico, en la zona central estamos habituados a un terremoto cada 10-15 años, y eso explica la tranquilidad con que nos tomamos una catástrofe como ésta.

La energía sísmica acumulada en 25 años me preocupaba de sobremanera, era obvio que vendría un terremoto, en Chile eso no es una condición, es un plazo, el problema era que mientras más tiempo pasara sin un sismo más fuerte iba a ser el remezón. Hemos tenido suerte que el movimiento telúrico haya tenido su epicentro en un sector, aunque densamente poblado en relación al país, es escasamente habitado en comparación a la ciudad desde donde escribo. No me aventuro a pensar qué hubiese ocurrido si el epicentro se ubicara en nuestra falla de San Ramón, más de alguno de los altos edificios que se movieron como árboles al viento, en el centro y sector oriente de la capital, habría colapsado. La infraestructura más añosa, en cambio, está con creces probada, aunque la caída de centenarias iglesias o fachadas es demostración de que lo que ocurrió no fue un simulacro: Me parece que es el terremoto más fuerte que se ha sentido en la capital en más de cien años.

Hace meses que no me quedaba en casa un viernes en la noche, a la hora del sismo terminaba un artículo en que vituperaba contra parte de quienes adhieren a esa entelequia llamada izquierda, había prendido el televisor y alcancé a ver la competencia internacional de Viña del Mar y su provisional resultado: “El tiempo en las bastillas” había sido eliminado, sonreí, me cargan esos aspirantes a esnobistas llamados “difuntos correa”. Apagué la tele y leí sobre la convocatoria al “marzo anarquista” gentilmente promocionada por la “Segunda” y el “Mercurio”. En ese momento sobrevino el sismo, ya me habían tocado varios en la soledad y siempre esperaba a que terminara pues confío cien por ciento en los cimientos de esta casa, casi lo único que posee, pero el radie ondulaba como una laguna en una tarde de brisa y la computadora se balanceaba en un radio de diez centímetros a lo menos. Fuerte. Los gringos que andan turisteando deben haber creído que se desataba el Armagedón, así también la mitad de la población, los menores de 28 años que en su vida habían experimentado algo equivalente.

Escribiendo intento calmar la sensación de asfixia que produce la incomunicación con mis seres queridos. Sólo sé de mi padre y de mi abuelo. Mi mentalidad científica me tranquiliza pues comprendo lo improbable que alguno del centenar de muertos sea uno de los que extraño. No se trata de una ansiedad propia de un tipo hiperconectado, hace más de un mes que desconecté la internet de mi casa para poder terminar un libro que escribo, el punto es que las comunicaciones en general están en el suelo, me parece que estamos peor en ese sentido que en 1985, paso a explicar porqué:

La digitalización de las comunicaciones ha hecho depender a todos de artefactos eléctricos de escasa autonomía, los viejos equipos análogos eran los únicos que funcionaban y desde una radio AM con mi abuelo nos informamos media hora desde emisoras argentinas, hasta que se restableció la Cooperativa y la Bio-Bio. Y no sirvió de mucho, por lo argentinos ya sabíamos la magnitud, el epicentro, y que era imposible comunicarse con nosotros. Parecíamos los protagonistas de una película de catástrofes. Por más de dos horas no supimos si éramos los únicos afortunados que estábamos en pie, ¡recién se exhiben imágenes de la ciudad de Concepción!

Ningún transmisor de radio, ningún receptor, hasta en el terremoto del 60' se sabía más que ahora en medio de la revolución digital. Estamos en un país sísmico y debemos decir que nuestros sistemas de comunicación no han sido redundantes, a prueba de fallas, hemos estado a ciegas durante horas. Las primeras informaciones de la zona costera de la séptima región llegó gracias a los escasos radioaficionados que quedan. Un país dependiente de la telefonía celular y la internet 3 G nueve horas después de la catástrofe no es capaz de asegurar que nuestras familias y amigos están bien.

Y si de comunicación se trata el aeropuerto de Santiago está cerrado, aunque así y todo se las arreglaron los gringos para despegar un avión a los EEUU a las seis de la mañana (antes habían despegado aviones pequeños, seguramente de autoridades). Lo digo porque desde mi casa, y la de mi abuelo adonde fui para ver si estaba bien, se ven los aviones que despegan desde Pudahuel. Hace unos años se cerró el Aeropuerto de los Cerrillos, a dos kilómetros de aquí, para construir un multimillonario proyecto inmobiliario, que sigue siendo un proyecto. Un daño severo en Pudahuel ocasionará un daño enorme pues es la única pista para aviones jet a 350 kilómetros, si confiamos en el de Talca, o de más de cuatrocientos, el de la Serena, en el caso que ellos estén bien. Un epicentro unos cuantos kilómetros al norte, que hubiese dañado seriamente a Santiago, nos habría dejado en el suelo y sin aeropuertos para recepcionar ayuda.

Digo esto no en ánimo de chismoso o catastrofista, nuestro país es quizá el más sísmico del mundo, comparable, al menos en esta maldita condición, con el Japón. Por lo tanto vendrá otro terremoto, si consigo igualar las expectativas de vida registradas aquí, me quedan entre tres o cuatro terremotos por delante. Por lo tanto estas observaciones deben ser tomadas en cuenta, no desviarlas con nuestro inmediatismo idiosincrásico que se conmueve hoy y mañana se olvida por completo. Al menos muchos tecnócratas no se olvidaron, un aplauso y mis respetos a ellos, o de lo contrario nuestro país no sería más que una rumba de escombros.




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