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miércoles, 14 de julio de 2010
En un país empobrecido.

Por Ariel Zúñiga Núñez



Quise pensar que el ingreso a la cancha de la derecha que estaba en la banca, iba significar que sus músculos estuviesen fríos como sus cabezas pero no es el caso. Hinzpeter debutó histérico, hiperventilado. En vez que dar un giro en la persecución de los disidentes como si fuesen fieras, imponiendo la pausa, el gesto técnico sobre el faul; su prédica y acción se dirige a apagar el fuego con bencina.

La concertación jugó al límite, hizo todo lo posible para que algunos optaran por disparar, y se organizaran para ello. La proliferación de organizaciones combatientes sólo ocurre cuando se cierran todas las vías institucionales para la política.

Bachelet jugó con esa bomba social y fue salvada por la campana. Piñera, en cambio, se hace cargo del horno cuando ya está listo para los bollos, su única opción es, quizá era, sacarle un poco de carbón a la fragua, ver un modo de construir un nuevo trato.

El intendente de la Araucanía intentó algo en dicho sentido el día de ayer, reuniéndose con las madres de los jóvenes asesinados por nuestros carabineros (amparados por el estado) y culpando a la prensa y a la concertación del conflicto.

Pero hace una quincena el canal católico emitió un programa en que sus fuentes se reducían al ministerio público y del interior. Sus declaraciones apuntaron a la dirección contraria a la declarada por el intendente; la edición del canal trece se preocupó de golpear en el suelo a los indefensos y silentes mapuche en la víspera de su año nuevo.

Hinzpeter monta junto a los gringos a un “terrorista de Al qaeda” en el centro de Santiago; Hinzpeter presiona al ministerio público (en el papel independiente) para que ejecute una reingeniería en el caso de las bombas de ruido; Hinzpeter exige que Argentina devuelva al “asesino del cabo Luis Moyano” (sic) obviando que el detenido en Buenos Aires es sólo un sospechoso.

El delfín de Piñera en vez que buscar un modo inteligente de relacionarse con la disidencia, pues nadie sensato quiere que se empiece a matar gente como modo de expresión política, ha continuado el camino suicida de la concertación llevando al país a un extremo en que los arrepentimientos no bastarán para retrotraerse a la paz.

En nuestro país no existen organizaciones capaces de causar daño al estado ni complicaciones al gobierno pero lo que se soslaya, con ese actuar histérico y cortoplacista, que es la necesidad lo que crea el órgano y no a la inversa. Si se acorrala a personas por pensar diferente lo único que ocurrirá es que muchos de ellos comprendan que no se le puede responder al estado con grafitis pues las policías no disparan “bolitas de alcanfor”.

No existe una organización pero sí un suelo fértil para la misma, es más, para muchas, que actúen desde distintos frentes y con tácticas y estrategias diversas. Y el gobierno diligentemente abona la tierra para cosechar votos en los mentecatos, lo único que conseguirá serán bombas de verdad en los jardines de sus barrios.

Se nombra a Alejandro Peña para “secar en la cárcel” a un puñado de cicleteros armadores de bombas de ruido. Es un fiscal estrella, que sustituye a otra de las vedettes de la fiscalía el inefable Armendariz, y conocido por sus circenses operativos “antidrogas”.

Peña y Armendariz constituyen la flor y la nata de la cloaca en que se ha convertido el ministerio público. La reforma procesal penal dependía de un cambio de la mentalidad de los policías, acostumbrados a detener para investigar y a confundir la investigación con la tortura y el montaje. En la práctica fueron las policías las que le cambiaron la mentalidad a los jóvenes fiscales. Sólo se sustrajeron de ese cambio los más conservadores de su grupo, aquellos que ya tenían incorporada la mentalidad de paco, los que finalmente brillaron y se transformaron en fiscales estrellas.

Alejandro Peña, según fuentes de Hommodolars, egresó de la Universidad de Las Condes, institución emblemática de la educación de baja calidad y alto costo. En dicha casa de estudios, según las mismas fuentes, se le llamaba, cariñosamente, “Jalandro Peña”.

Alejandro, o Jalandro para los amigos, hizo su carrera derribando puertas de microtraficantes en horario prime. Negocio redondo pues los pobres no tienen acceso a la justicia y, sin son tildados de narcos, se les niega hasta el derecho de la defensa - se ha hecho una costumbre el acusar a los abogados de pertenecer a asociaciones ilícitas para el narcotráfico -; y en que todo juego sucio se tolera, desde la infiltración hasta el soplonaje. En tales condiciones laborales, y sin un control efectivo de los procedimientos, el montaje queda a la mera voluntad de las policías y fiscales que intervienen en el caso.

Del único autor de los atentados identificados, el occiso Mauricio Morales, podemos deducir que las bombas que tanto inquietan al gobierno son confeccionadas artesanalmente por los mismos que las hacen estallar. Se las transporta en bicicletas, y se las porta en mochilas.

El “sospechoso” recién detenido por Alejandro Peña es imposible reducirlo a ese perfil.

Físicamente parece un miembro del GOPE de vacaciones, me cuesta imaginarlo recorriendo la ciudad en una bicicleta y veo muy difícil que pueda colocarse una mochila. Resulta hilarante imaginarlo pedaleando desde la villa Nocedal de Puente Alto hasta el sector oriente (lugar en donde han explotado las bombas preferentemente), sudando como testigo falso y jadeando como actriz porno.

Que “anarquistas”, cicleteros, vegetarianos y autonomistas subcontraten a un artesano para que coloque bombas que puede construir cualquiera en su hogar es un guión tan forzado como creer que pagan una mensualidad a un Call Center para que realicen las llamadas con las proclamas y las adjudicaciones de los atentados.

Obviamente Peña, presionado por un gobierno histérico, hará lo mismo que se hace con frecuencia, y total impunidad, en el mundo del crimen de poca monta. Se detiene a uno, quien es el soplón, informante o delincuente implicado en otros crímenes, y ese “recobra la memoria” y “comienza a hablar”, sacando a bailar a todos los que la policía y fiscalía quieren que bailen.

Así lo hicieron con Elena Varela, y fracasaron; así lo han hecho en la Araucanía con resultados parciales. La orden perentoria de Piñera es que se encierre a los unabomber's amateur aunque haya que inventarlos.

Es mentalidad de camioneros eso de confiar que en el camino se arreglará la carga. Así como se ha tratado el asunto cuando tengan a sus culpables fabricados encarcelados no serán ni cicleteros, ni amateur los unabomber's.



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