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martes, 27 de septiembre de 2011

Y los tres días en que Carlos Peña fue valiente.

Por Ariel Zúñiga Núñez ( @azetaene )

*Ilustración de Fiestoforo.

* * *
Labbé me mira con cara de torturador torturado y grita iracundo que me debo callar y no lo hago, los trabajadores del hotel Sheraton me sacan por la trastienda, en un taxi pagado por ellos mismos, de lo que se trataba era de evacuarme de la comuna de Providencia lo antes posible.
* * *
1998, caluroso día otoñal, en aquellos tiempos yo era más temerario que valiente y, al igual que hoy, débil de carácter si se trata de rechazar la invitación de una mujer bonita.
Gabriela Martinez es una bella estudiante de psicología unos pocos años mayor que yo; es la presidenta de la sociedad de debates de la Diego Portales y yo me inscribí luego de conversar con ella en el curso de expresión corporal de Alex Zisis. Estaba obligado a asistir a dos cursos de formación integral, uno de ellos fue técnicas de litigación y, el otro, montañismo. Fue el modo de zafarme de las regatas y los torneos ecuestres de mis insoportables de cuicos compañeros de curso.
¿Qué mierda hacía Gabriela, una mina tan re inteligente, rodeada de todos los engendros de la sociedad de debates? Como era la presidenta quedaba pensar que la organización en cuestión no era la cofradía de lameculos con problemas cutáneos que aparentaba, ella no sólo era inteligente y encantadora, además era un bombón.
Tal como ahora le busco razones al comportamiento de las mujeres que me atraen del mismo modo en que me importan un rábano las de todos los demás. Cuando me dijo a los pocos días de conocerla que la acompañara al Sheraton me dio ganas de decirle: “Mi lleina, yo a usted la acompañaría a nadar al zanjón de la aguada si me lo pide”. Me contuve, y busqué un par de excusas superfluas para capturar su atención entre ellas un “cómo se te ocurre que voy a ir a Providencia, me voy a apunar”. Me encanta esos ojos de sorpresa que abren las cuicas cuando uno se rotea, luego de eso tratan de comenzar un argumento, sin duda falaz, que abandonan a mitad de camino cuando ya te han tratado de decir que las diferencias de clase no existen.
Así entramos al Sheraton a medio día. Gabriela radiante, no cabía en sí por andar del brazo de un espécimen rescatado de un zoológico humano. Sólo yo estaba más feliz que ella por andar con la mujer más bella e inteligente que conocía hasta el momento.
* * *
En aquellos tiempos Carlos Peña era más temerario que cobarde. Nos defendió a Gabriela y a mi a brazo partido, llegó a poner su cargo a disposición, cuestión que la Carmen Gloria, la secretaria de Peña y decana en las sombras, nunca me perdonó.
Gabriela había pasado de la euforia a una invalidante resaca moral en un par de días. La sociedad de debates se cerró, Gabriela fue expulsada de su presidencia y por ende de su oficina, y se le comunicó el mismo ultimátum que me dieran a mi: Debíamos disculparnos con Labbé o despedirnos de la Universidad Diego Portales (así con mayúsculas). Según ella estábamos fritos, no teníamos salida, o peor, no teníamos una salida digna.
Entré a la oficina del vicerrector académico, Gabriela ya me había contado de qué se trataba el ultimátum el que ella había conocido antes de modo extraoficial lo que aumentó nuestra ansiedad. Le quedaba sólo entregar su tesis y se titulaba, yo, había entrado a cuarto año de derecho por vía especial después de haber aprobado los tres años anteriores en Valdivia. El vicerrector me explicó, lo más desapasionado que pudo, que habíamos cometido la torpeza de enviar una carta al Mercurio desde el fax de la universidad en la que injuriábamos al alcalde de Providencia. La misiva no fue publicada pero estaba en el escritorio del rector a primera hora del día lunes.
En esos tiempos era más temerario que valiente y muy pocos estaban alerta de lo sagaz que podía ser si me buscaban el odio. Lo escuché pacientemente, hoy no le habría dado ni un minuto, tragué saliba y le disparé:
  • Usted me acaba de decir que el fax que le envié al director del diario el Mercurio, el señor Agustín Edwards, le llegó, en vez que a él, a Manuel Montt quien es rector de esta “universidad” y que fue éste quién se la entregó a Labbé. Entiendo que usted me hable de esto a puerta cerrada pues está reconociendo que mi correspondencia privada ha sido interceptada por ustedes, lo que los convierte, en vez que “autoridades” de una “universidad” en unos delincuentes y mal haría en disculparme con unos delincuentes. Lo que voy a hacer en este momento es denunciar a esta farsa de universidad, y no lo haré en un tribunal ordinario donde ustedes tienen santos en la corte, sino que los haré pasar la vergüenza de tener que responderle al SERNAC ya que los demandaré por la ley del consumidor: Ustedes cobran por un servicio que no prestan, dicen que esto es una universidad y no es más que un colegio para niñitos ricos de extrema derecha.
Fin de la conversación, me levanté del asiento dejando al vicerrector boquiabierto y con la carta de disculpas públicas redactada por ellos en la mano. Al salir le di mis disculpas a la Gabriela quien perdía una carrera completa por el gusto de un niñito mal educado.
Carlos Peña aún creía en lo que dice que cree, o fue un valiente por primera y última vez en su vida. Cuando el gorila de traje italiano de Francisco Javier Cuadra se estacionó en la UDP se demoró seis años en reclamar, y sólo lo hizo porque la coyuntura le permitía ascender a rector. Como los cobardes no cruzan el charco, y los que se sienten rubios no lo serán jamás, quedó sentado en la banca para siempre en el papel de eterno convocado a una selección fantasma.
Pero esos días Peña estuvo fuera del decanato por las mismas horas que Gabriela y yo dejamos de ser alumnos regulares. La UDP se la jugaba por aparentar tolerancia, le quedaban un par de firmas para conseguir la autonomía plena, lo peor que les podía pasar es que la oportunidad se frustrara por culpa de un picapleitos. Peña seguramente defendió la cordura, no los mentados principios de la libertad de expresión, el gallito contra el consejo académico y rectoría lo ganó. Continuó la sociedad de debates pero sin la Gabriela, ella se tituló con un gigante manchón de tinta invisible sobre su impecable currículum; yo me quedé en la UDP en calidad de paria hasta que encontraron el modo de echarme. En esa oportunidad, un frío día primaveral, Carlos Peña me dijo: Esta vez no puedo defenderte.
* * *
Cristián Labbé no sólo fue el socio fundador de la DINA junto a Manuel Contreras y Pedro Espinoza (ambos secados en la cárcel por crímenes de lesa humanidad) sino que ha reconocido, es más, se ha ufanado de haber enseñado a torturar en los campos de exterminio de rocas de Santo Domingo y Tejas Verdes. Ha sido reconocido por testigos de haber participado directamente en la sesiones de torturas y, no sólo eso, desde las rocas de Santo Domingo se realizaron las operaciones más numerosas de desaparición forzada de personas así que los cargos sobre él no sólo son por colocar electricidad en los genitales sino que por cientos de asesinatos.
Labbé no sólo debería estar preso, debería haber muerto acribillado en una sucia calle, mordisqueado por ratas mientras su escasa luz se desvanece, sin saber si el hormigueo que siente son los pocos minutos de vida o las cucarachas que trepan por su cirrótico cuerpo. Labbé ni siquiera se merece ser torturado, debería ser ejecutado no por él, no por justicia, sino que por nosotros, como una mínima muestra de dignidad.
Nuestros tribunales, siempre cobardes, obsecuentes o defensores de su clase, cuando llegó su momento dijeron que Labbé no era un criminal ya que en Chile no era delito enseñar a torturar. Es decir, no es delito pertenecer a una organización ilícita destinada únicamente a cometer crímenes de lesa humanidad ni menos adiestrar al personal para cometerlos. Tampoco se considera delito el torturar porque Labbé ha sido identificado y sin embargo ahí lo tenemos dando charlas sobre el estado de derecho en televisión abierta, impartiendo instrucciones directamente a Carabineros, amenazando con la pistola debajo del escritorio.
Los testigos que la burda justicia pide Labbé los abrió con su corvo y los arrojó al fondo del océano.
* * *
Ni todo el dolor, ni las rabias posteriores, incluso la fatalidad de las consecuencias, nos quitó en algo el placer de haber visto la cara del cerdo de Labbé desfigurado ante tres mil alumnos en el salón de conferencias del Sheraton.
Porqué el pútrido fascista se hizo cargo de la comuna de Providencia y oficia con pretensiones de vitalicio y benemérito.
Invitó a los más distinguidos alumnos de los colegios y universidades más distinguidas de Chile a una conferencia titulada “virtudes y valores para los jóvenes”. En plato fuerte de la jornada era otro cerdo fascista como él, el vomitivo William Bennett, un tipo tan pero tan refacho que es el brazo derecho de George Bush padre, un multimillonario y petrolero tan poderoso que uno de sus hobbies es pegarle cachamales y patadas en la raja a Donald Rumsfeld. Cuando uno se pregunta a quién se la chupó Condoleza para hacer esa debe pensar en el hijo de la gran puta que estaba sentado esa soleada tarde otoñal junto al asesino Labbé.
Tan re hijo de puta el mentado Bennett que no sólo le basta controlar el ala más tétrica del partido repúblicado y estar detrás del 80% de los asesinatos en masa que se perpetran a esta misma hora; al igual que Labbé, siente una compulsiva necesidad de envenenar la mente de los jóvenes y se siente un educador.
Bennett es quien edita unas porquerías de libros, que en esa época adornaban las librerías serias, bajo el título “El libro de las virtudes”. Pero usted no crea que este cerdo iletrado se dio el tiempo de manchar el papel que sea, nada, ni se dio la paja de contratar escritores fantasmas. El mentado “libro de las virtudes” es sólo un pastiche de citas sacadas de contexto que elogian los valores y virtudes de los asesinos que controlan el planeta. Como se pretende que el veneno llegue a todos “el libro de las virtudes” no es un sólo tomo sino que una es una serie: Tienen, entre otros, “el libro de las virtudes para niños”, “el libro de las virtudes ilustrado”, “el libro de las virtudes para curar la homosexualidad”, etc.
Usted creerá que soy de esos pajeros que se dan a leer todas las mierdas de su enemigo. No, me bastó acercarme a uno de los módulos en donde vendían las mierdas de libros como si se tratara de baratijas tuperware o crema para las arrugas escrotales marca avon y hojear uno que tenía menos palabras que una tarjeta a tu suegra. Y las palabras no eran de Bennett, me quedaron a fuego grabadas una frase de Martí exaltando el patriotismo y otra de Guy de Maupasant... elogiando las virtudes del trabajo duro!. No sólo se trataba de un diplomado express para fascistas, eso se podía tolerar, se había ofendido el legado de Maupasant, había que vindicarlo.
  • … Señor Bennett, usted cree que de estar vivo Guy de Maupasant se daría el trabajo de sentarse cinco minutos con usted a beber un café... y usted Señor Alcalde (quién ya era el cerdo de Morín pujado en cera rancia) ¿cómo se atreve a invitar a los estudiantes del país con fondos públicos a una actividad que no sólo es de propaganda de extrema derecha sino que además el principal conferencista es un “escritor” que no escribe sus libros y lo único que hace es plagiar sacando groseramente de contexto a los mejores escritores de la humanidad?
Tres mil alumnos sentados, cual de todos más cuicos y fachos, ya me gritaban todo tipo de groserías en su raro dialecto al empezar mi intervención pero seguí hasta el final mientras el cerdo de Labbé pedía a gritos que me desconectaran el micrófono y Bennett me reputeaba en tejano.
Al terminar se escuchó una fuerte ovación, la más grande que me hayan brindado, eran los trabajadores de Sheraton, algunos periodistas y profesores, y los alumnos del Lastarria, del Carmela, del Siete, aplauso cerrado de cinco minutos mientras el cerdo de Labbé, aún con su micrófono apagado, gritaba que debíamos irnos de inmediato de ese lugar...
Pero el cerdo olvidó que yo no estaba amarrado ni vendado, ni tampoco la Gabriela y los mil y tantos que aplaudieron de pie al que acababa de matar a dos fachos de un párrafo. Bennett puteo a Labbé y abandonó la testera y se fue raudo a su habitación con al menos 20 rambos a su siga.

** Ver en línea "Ese cerdo de Morin" de Guy de Maupassant.


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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué ganas de haber estado allí. Qué ganas de putear a Labbé... qué ganas de...

Roscoe dijo...

Igual es re duro perder la U por esas salidas de madre.
A mi por criticar el neoliberalismo me ofreció combos el vicerector de la UDD y finalmente me echaron, aduciendo al reglamento que nunca cumplieron.

Anónimo dijo...

ouh, pésimo, que mal escribes y que pretencioso eres.

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