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jueves, 27 de noviembre de 2014
Qué haremos ahora cuando ya todos son de izquierda.
Por Ariel Zúñiga Núñez @azetane

Recién comienza a asentarse el polvo de la revolución cultural del 2011, aún es temprano para realizar un diagnostico riguroso pero la actividad política requiere tomar decisiones aún no existan todos los elementos de juicio. La política necesita de los intelectuales y estos se ven forzados, en momentos de cambio o de crisis, a agudizar sus instintos en la búsqueda de una salida. Si políticos e intelectuales hacen bien su trabajo se trazarán rumbos legítimos en que se podrá cautelar eficazmente los intereses de los más débiles.
Nunca algo es tan devastador como la estupidez, y la peor de todas las estupideces es aquella que se cultiva con paciencia en los despachos de los intelectuales. Por eso no es la intelectualidad, en sí misma, la que salva a la humanidad de la crisis, sino que el trabajo riguroso y honesto. Un intelectual deshonesto causa muchas más calamidades que un gásfiter de la misma ralea, aunque sus acciones juzgadas en abstracto parezcan equivalentes.
Lo que salva vidas y sufrimientos son los grupos humanos actuando en colaboración, en que cada uno que es hábil en una tarea la pueda realizar con la mayor autonomía posible y el respeto de los demás. Esto permite que se coma bien, pues habrá buenos cocineros, y también que las tareas más complejas, aquellas que tienen que ver con la reproducción de la vida, la cultura y con supervivencia en circunstancias extraordinarias sean realizadas por quienes dispongan de las habilidades para desempeñar dichas labores.
En nuestra sociedad, que es burdamente jerarquizada, es el dinero lo que permite acceder a los altos grados de dirección. Las habilidades quedan reducidas a la mitología del emprendimiento, del self made men, de la meritocracia. Esto explica muchos problemas, desde la insatisfacción generalizada con la vida que se está llevando hasta los mediocres resultados que obtienen aquellos que desde los cargos directivos intentan sostener el mundo tal cual está a toda costa.
Al parecer el mundo se gobierna gracias a que aún cada uno se culpa a sí mismo de sus desgracias, pero esto parece ser una situación transitoria.
La estatización del mundo y su capitalización se consolidó a expensas de las comunidades, primero con la apropiación estatal de los bienes comunes y su parcelamiento en unidades que pudiesen ser explotadas por individuos. Este parece ser el sistema que instauró en Europa desde el 1600 y que llegó a los extremos miserables de la usurpación a los amerindios de los grandes llanos de EE.UU, Argentina, Méjico, Chile, Perú, Brasil, Colombia, etc, pero comenzó incluso antes, con la privatización de las ciudades y poblados, lugares que hasta hoy se les llama, quizá nostágicamente, espacios comunes.
Por lo tanto los problemas antes comunes terminaron siendo asuntos privados, aquellos que deben resolverse “entre cuatro paredes”.
Un mundo en que cada jefe de familia es un tirano difícilmente puede aspirar a la supresión de la tiranía, y esto es lo que se construyó, deliberadamente. Nunca más los humanos arbitraron las conductas de los demás como sucede en las comunidades; los jueces, designados por los grandes capitalistas, se dedicaron desde entonces a aplicar la máxima severidad sobre los hechos consumados, pero nada impedía que dichas tragedias se desencadenaran. Las policías se dedicaron a cuidar el espacio del capital, es decir, todo el espacio que no le pertenece a los pequeños propietarios, para que cumpla su rol de transportar la mano de obra, los bienes y los consumidores.
Algo en lo que pocos han reparado, quizá por ser grotescamente evidente se nos escapa, es que la barrera natural de las paredes y cercas, construidas con devoción cuasi religiosa en los últimos cinco siglos, ha sido horadada por la acción invisible de las redes digitales, muchas de ellas inalámbricas.
Esto ha dado paso a la socialización de los conflictos individuales, primero como la expresión de un malestar un tanto histérico y en que el único consenso transitorio fue el que todos teníamos problemas; esto luego dio paso a una politización de ese malestar.
Este proceso ha sido tan vertiginoso que pocos han reparado es que esa politización del malestar individual, incubado durante siglos de privatización de la vida social, se reintepretase sincréticamente con las demandas históricas e insatisfechas de la izquierda naciendo una nueva mentalidad.
Los abusos de los poderosos hasta hace 15 años eran un tabú, no podían denunciarse salvo que existiesen pruebas irrefutables y siempre y cuando se cautelara nuestro anonimato.
La desconfianza generalizada no es un buen insumo para la construcción de una mejor sociedad, sin embargo hemos pasado muy rápido de un nihilismo adolescente propio del anarquismo de derechas, a cierto acuerdo acerca de los responsables finales de todas y cada una de las barbaridades, desde las migrañas hasta la explotación sexual infantil.
Se habrían necesitado cientos de años de trabajo sistemático de la izquierda para instalar sus ideas a un nivel tan profundo. La mentalidad del hombre de occidente se había inmunizado a las ideas de izquierda y abjuraba de ellas, a los cuatro vientos, hace tan solo una década, y más, hace un lustro.
En el caso chileno este juicio merece algunas precisiones.
Existiría una mentalidad chilena que es una sub especie de la católica e hispanoamericana. La chilena se cultivó lentamente en el “mundo privado” del latifundio. Las ciudades siempre han sido vistas como una situación anómala, incluso transitoria. Al no haber pasado por algo equivalente a la revolución francesa la ciudad siempre ha sido entendida como el patio trasero de todos los fundos.
Muchas de las ideas que han sido dominantes se han adherido a esa mentalidad como si se tratase de una capa de pintura, la cual admite ser repintada, o raspada. Cuantas personas conocemos que caminan por la calle orgullosos de su pintura descascarada, la que deja ver la pintura anterior.
Los únicos cambios que traspasaron la piel, y se hicieron carne, son aquellos que eran incompatibles con el latifundio y luego con el capitalismo y que su radicalidad no venía de sus dichos sino que de sus prácticas. El poder popular se construyó mucho antes de la Unidad Popular, lo que ocurre es que cada una de esos fortines fue demolido por el pinochetismo, y ellos se aseguraron de que no quedara piedra sobre piedra, e hicieron correr sobre sus cimientos a caballos salvajes y arrojaron sal sobre sus campos para que nunca más creciera hierba.
El error que está cometiendo nuestra izquierda es en estar tan concentrada en lo superestructural, en lo abstracto, en lo platónico, que no es capaz de entender que la revolución depende de la reconstrucción de esos fortines, en la creación de poder popular con total displicencia incluso de lo que se pretende instalar desde arriba. Y esto porque ha sido el propio hombre, mediante su interacción, el que ha resuelto el problema ideológico de la izquierda al izquierdizarse, y no a un mero nivel retórico sino en su mentalidad, en lo más profundo. Por lo tanto dicha mentalidad solo debe cultivarse, pero ya no es necesario que nos aboquemos a la ardua tarea de concientizar, amen de lo autoritario que siempre fue aquello.
De lo que se trata entonces, más que de capturar votos en cada una de las elecciones es de construir espacios de autonomía que basen su radicalidad en su incompatibilidad absoluta con el sistema imperante, no en sus consignas, ni en sus métodos. Lo que es esencial en el capitalismo es la competencia por lo que no es difícil concluir que lo que se opone radicalmente al capitalismo no es la música estridente ni las marchas en las ciudades sino que la creación de espacios de autonomía, en que la colaboración sustituya a la competencia, los talentos a los pitutos, y el éxito de esas experiencias constituya en sí mismo la propaganda y el programa. El éxito de un nuevo modo de organización es lo que permitirá su reproducción; un nuevo modo de organizarse junto con esta nueva mentalidad promete subsumir aquellas instituciones que hoy se pretende conquistar.



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1 comentarios:

Anónimo dijo...

Que buena fotografía, de una hoja de ruta que despunta desde el instinto humano y social de la emancipación total, los camino para revertir el proceso cultural que ha significado el capitalismo... la reconstitución de bastiones, y la creación de otros nuevos a través de las nuevas tecnologías, que permiten a pequeños grupos organizados generar movimiento... autonomía, autogestión, horizontalidad, los méritos y las distintas cualidades y capacidades... el nuevo paradigma, superando el mecanicismo y el organicismo como posturas dúopolicas del pensamiento político del último tiempo... lo de los bastiones me hizo recordar la reconquista de la peninsula iberica por los godos... toda una gesta, bastión por bastión...

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