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jueves, 12 de marzo de 2015
Hacia una sociedad de socorros mutuos.
Por Ariel Zúñiga Nuñez.

Gandhi decía que para ser feliz debía estar en coherencia lo que se hace con lo que se dice, yo agregaría algo más, también debe existir una mínima sincronía en lo que se hace con el modo en que se arriba al resultado. Y no creo que de esto dependa meramente algo tan inasible como la felicidad individual, sino que la solidez de un proyecto político refundacional depende de la máxima coherencia de sus fundamentos.
Lo que se dice, lo que se hace y el cómo se hace, las tres faces en un holograma, o si se quiere en una sinfonía.
Por esa razón si se pretende refundar el sistema primario de salud arrebatándoselo a la salud de clases, destinada a reproducir la mano de obra, eliminar de modo silencioso a los excedentes y medicalizar cada uno de los aspectos de la vida de quienes pueden pagar, se hace urgente pensar en un modo de sostener económicamente a dicha iniciativa.
El modo de financiamiento no es inocente, pues como dijimos del modo depende la solidez de los cimientos. La coherencia cierra las puertas a que la empresa capitalista intervenga inclusive en la caridad.
Si se pretende disponer de autonomía también debe cerrársele la puerta al financiamiento público, puesto que se trata de un regalo envenenado. Recibir el dinero público implica sujetarse a reglamentaciones adicionales; sólo es posible ser parte de la red luego de concluir exitosamente un proceso de uniformación.
Pareciera que queda tan sólo la opción de rendirse al mercado un buscar ofrecer un servicio al menor costo posible, de ese modo se acerca el “producto” a los más necesitados.
Sin embargo si estudiamos concienzudamente la historia del hombre, de la medicina y la de nuestro país, vemos que estas no son las únicas alternativas. Es más se nos escapa la fundamental, aquella mediante se sostienen todos los sistemas de salud de la actualidad: El sistema basado en los seguros de salud.
Un seguro es un contrato en que una persona responde por otra en caso de catástrofe. La razón por la que este otro responde es por que ha recibido un pago periódico para que se haga cargo de la cobertura del riesgo. A este pago se le denomina prima. Cuando el riesgo se materializa hablamos de siniestro. Por lo tanto un tercero responde por el siniestro de otro por haber recibido previamente una prima.
Los contratos se seguro se desarrollaron en la industria naviera en los albores del capitalismo. Comenzaron del modo en que lo he relatado, una persona se hace cargo del riesgo de una operación determinada, en este caso el viaje de un navío o una flota. Estos contratos de seguro aún existen.
Sin embargo con el tiempo se desarrollo un nuevo concepto que permitió que proliferara la industria aseguradora. Me refiero a la comunidad de riesgos. Cuando se asume que un grupo amplio de la población puede estar sujeto al pago de primas y un solo ente, la empresa de seguros, hacerse cargo de sus siniestros surgen los seguros personales. Los seguros personales dependen de una comunidad de riesgos. Si la empresa se hace cargo del riesgo de incendio de 1000 personas recibirá el pago de las primas de esos mil pero solo responderá de los siniestros que le acaezcan, es decir unos diez al año y quizá menos.
Las empresas de seguro realizan un cálculo actuarial para definir cual es la probabilidad que le acaezca un siniestro a determinada persona (o los bienes de ella), conforme a ella establecen el valor de la prima que pagará cada uno de sus asegurados en dicha comunidad de riesgo.
Este sistema es el que prevalece hoy tanto en la salud pública como privada. La única diferencia es que en los sistema de seguridad social pública es el Estado quien los sostiene y administra.
Los sistemas de seguridad social que conocemos derivan de los que creó la corona británica para reconstruir Inglaterra después de la segunda guerra mundial pero fueron ensayados por los gobiernos europeos para lidiar con la cuestión social de la segunda mitad del siglo XIX. Los más “estatistas” los instituyó Bismark en Alemania y luego Roosevelt en el New Deal de los años treinta en los EE.UU.
La seguridad social, a diferencia de la privada, cubre a todos los individuos sin distinción. En Chile podríamos decir que esto es válido tan solo para la urgencia hospitalaria que nuestro país regula en el código sanitario. En nuestras postas se atiende a todo el que llegue, esté o no “asegurado”, se sepa o no quien es esa persona, sea chileno o extranjero, imigrante legal o ilegal, pero solo para efectos de salvarle la vida cuando esta peligra.
El resto de la atención depende del sistema de seguridad social que tenga el paciente. Puede ser FONASA o ISAPRE, el FONASA de los indigentes o el de los trabajadores cotizantes, el seguro privado del extranjero o el seguro privado del nacional.
Bien sabemos que el FONASA es el continuador legal del SERMENA y las ISAPRE recién aparecen con José Piñera en el 79-80, la pregunta que cabe es qué hacían las personas antes de que existiera SERMENA e ISAPRE. Debía pagar por los servicios médicos como cualquiera debe hacerlo hoy no estando asegurado o depender de la caridad. Si debía pagar podía asegurarse, pero al no existir una norma legal que obligara a cotizar (vía descuento obligatorio a los trabajadores) este seguro era siempre privado, no existía un sistema universal de seguridad social.
¿Qué hacían los pobres en dicho contexto?
Se creería que los pobres quedaban librados al azar y a su respectivo dios, sin embargo eso no fue lo que ocurrió, al menos así no fue en Chile.
Lo que hicieron los pobres fue crear su propio sistema privado de seguro y de salud, estas son las sociedades de socorros mutuos.
Los pobres entendieron que ellos eran una comunidad de riesgos y por ende se asociaron para darse cobertura. Con sus escasos centavos pudieron construir sus propias clínicas y farmacias.
Estos sistemas comenzaron a ser derrumbados por el éxito de la seguridad social instituida por los gobiernos radicales. Es el SERMENA el que deja sin fundamento a las sociedades de socorros mutuos.
Pinochet las consideró con justa razón como una amenaza para su proyecto, así que impidió que se constituyeran nuevas sociedades de socorro y les privó de la posibilidad de admitir a nuevos asociados a las existentes. Se firmó así la sentencia de muerte para las sociedades de socorro.
Las mutuales de seguro fueron usurpadas a los trabajadores y quedaron a cargo del macroempresariado.
Y para darle el golpe de gracia se termina con el SERMENA y se lo sustituye por un hegemónico sistema se ISAPREs en que FONASA es una isapre más.
Hoy por primera vez en la historia nos encontramos con chilenos que no tienen ningún sistema se salud en más de cien años. No nos olvidemos de que la mayoría de los trabajadores no cotiza puesto que se los considera “independientes”, son nuestro boletariado. A los jubilados se les descuenta de sus esmirriadas pensiones una cotización de salud que da una cobertura insignificante para sus innumerables dolencias. Están los temporeros, los subcontratados, los pirquineros, los mineros. Están los estudiantes, que en su gran mayoría carecen de un sistema de salud. Es cosa de saber sumar y restar y podremos saber en unos cuantos minutos a cuántos de millones de chilenos asciende la comunidad de riesgo que pudieran asumir el mutualismo del siglo XXI.
Alguien dirá que Pinochet prohibió que se constituyeran nuevas mutuales. Yo respondo con un argumento de perogrullo: ¿Acaso debe importarnos lo que estatuyó un asesino y ladrón como él? Es una norma que desde luego es ilegítima, pero además fue derogada por la propia Constitución del dictador con sus normas que garantizan la libertad de asociación.
El escollo que persiste no es la legalidad de una sociedad de socorros mutuos sino que durante un tiempo se pudieron financiar con las cotizaciones (obligatorias) de los trabajadores. Hoy no se podría “descontar” por planilla. Pero huelga decir que muchos de los nuevos asegurados son personas que no disponen de un trabajo formal, por lo que no tendríamos dicha planilla.

Las mutuales no solo son el modo idóneo de sostener una casa de salud sino que también el más coherente con los propósitos que lo animan.
Dejo estas notas para la lectura y discusión, sé que da lugar una innumerable de precisiones técnicas, tanto de economistas, médicos, abogados e historiadores.

Sobre las mutuales lea el fragmento del libro de María Angélica Illanes:

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